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Ojos que no ven... Se calcula que en todo el mundo hay entre 18 y 30 millones de personas enfermas de oncocercosis, la mayoría en el Congo, un país con una selva exuberante y lleno de ríos donde todas sus provincias son consideradas zonas endémicas Jetou Mapuani perdió la vista a causa de la oncocercosis y su marido la abandonó. Desde entonces vive sola en una humilde casa gracias a la ayuda de sus vecinas y amigas. En la cabeza, bajo el pañuelo blanco, oculta un enorme nódulo donde habitan los gusanos que le han producido el mal. Sus piernas también muestran rastros de la enfermedad en forma de piel de leopardo (con manchas). Aioto Akoyoi, a la izquierda, participó en las primeras distribuciones de ivermectina para combatir la oncocercosis a partir del año 2003. Sin embargo, él mismo dejó de tomar las pastillas y desarrolló una ceguera irreversible. Cada año, el Gobierno congolés distribuye este medicamento por todo el país, cubriendo casi el 80% de la población en riesgo. Sin embargo, el paciente debe tomarlo al menos durante 10 años, lo que complica la erradicación del parásito. Dos mujeres en el centro de salud de Salambongo con los primeros y más evidentes síntomas de la ceguera de los ríos: la piel de leopardo. Las larvas del parásito Onchocerca volvulus viven en la zona subcutánea y, al morir, provocan infecciones y un picor tremendo. En ocasiones, los pacientes se rascan con tanta intensidad, incluso con machetes o brasas ardiendo, que se autolesionan. Es la manifestación más molesta de un mal que si no se trata acaba en ceguera. Regine Bora, de 20 años, lava la ropa en la orilla del río Onané, que pasa muy cerca de Salambongo. Es aquí donde se concentran las poblaciones de mosca negra que transmiten el gusano causante de la oncocercosis. Los insectos, que necesitan de aguas limpias para reproducirse, pican durante el día, por lo que las mosquiteras útiles para combatir la malaria no sirven de nada en este caso. El doctor Florent Mbo, especialista en enfermedades tropicales olvidadas, observa el nódulo que presenta en la cabeza Gastón Nebende, de 11 años. Su padre, Dieudonné Begule Nandesana, se quedó ciego y ya no puede ir a cazar al bosque ni cultivar en los campos de arroz. Ahora Gastón ya no va al colegio, se queda en casa para ayudar y toma ivermectina cada año para que no le pase como a su padre. Entrada a Salambongo, una zona endémica de ceguera de los ríos, con el centro de salud al fondo. En el pueblo viven unas 2.000 personas y la tasa de prevalencia de la enfermedad ronda el 50%. En la mayor parte de los casos los pacientes, sobre todo si son jóvenes, presentan picor, problemas cutáneos y los característicos nódulos. Son los más mayores quienes se quedan ciegos. Benoit Zubwayanza muestra un nódulo de oncocercosis en su hombro derecho durante una revisión en el centro de salud de Salambongo. Agricultor y padre de seis hijos, empezó a notar la presencia de estos abultamientos en 2015, pero pensó que era algo normal fruto de la vejez. “La mosca negra nos pica mucho, todo el día, es imposible protegerse de ella”, asegura. Recibe tratamiento para evitar quedarse ciego. Fidel Tiko se apoya en un árbol junto al río Onané. A sus 52 años presenta los primeros síntomas de la ceguera de los ríos. “Me tomo la pastilla para no quedarme ciego, pero no es la solución”, asegura. Sus cuatro hijos estudian en Kisangani y se queja de que en el pueblo de Salambongo hay enormes problemas, apenas hay medicamentos, no hay medios de transporte, ni electricidad. “La vida es muy difícil aquí. Y además tenemos esas moscas”. Dos científicos observan al microscopio ejemplares muertos de Onchocerca volvulus, el nematodo causante de la oncocercosis, en el laboratorio del Instituto Nacional de Investigación Biomédica de Kinshasa. Este centro, dirigido por el prestigioso médico congolés Jean Jacques Muyembe, codescubridor del ébola en 1976, analiza la genética del animal para tratar de encontrar curas más eficaces.