El hombre que leyó el ‘Mio Cid’ antes de ganar el ‘nobel’ de matemáticas
“España es la mitad de mi vida”, afirma Yves Meyer, ganador de los 675.000 euros del premio Abel
El francés Yves Meyer, de 77 años, alza la voz y recita un romance español del siglo XV acerca de una tórtola viuda que rechaza a un ruiseñor en una fuente fría. “Fonte frida, fonte frida, fonte frida y con amor, do todas las avecicas van tomar consolación”, arranca. Pero Meyer no es un filólogo hispánico. La semana pasada fue galardonado con el premio Abel —dotado con 675.000 euros y considerado el nobel de las matemáticas— por haber transformado el mundo, sin exagerar. Desarrolló una teoría, la de las ondículas, que permite desmontar imágenes y sonidos en paquetes de información más sencillos que facilitan su manejo. El trabajo de Meyer posibilita ver nuestro hígado en un hospital, proyectar una película digital y hasta detectar las ondas gravitacionales generadas por el choque de dos agujeros negros hace cientos de millones de años.
Meyer, profesor emérito de la Universidad París-Saclay, es lo más cerca que ha estado España de ganar un premio Abel. “España es la mitad de mi vida”, afirma por teléfono en un perfecto español que le ha permitido leer y memorizar pasajes del Cantar de Mio Cid y de Don Quijote de La Mancha. El matemático nació en 1939 en el Túnez colonial francés. Cuando era adolescente, participó en un concurso escolar internacional en París. En la silla de al lado se sentaba la joven española Isabel Llácer Gil de Ramales. Comenzaron a hablar y surgió la chispa. “Aquello cambió mi vida para siempre”, reconoce Meyer.
Los avances matemáticos de Meyer posibilitan ver nuestro hígado en un hospital o una película en formato digital
Su amistad duró más de medio siglo, hasta el fallecimiento de Llácer en 2014. Ella era profesora de literatura y participaba en la tertulia del Círculo Lingüístico de Madrid, con compañeros como Rafael Sánchez Ferlosio y Agustín García Calvo. "Tras escribir El Jarama —entre octubre de 1954 y marzo de 1955—, agarré la Teoría del lenguaje, de Karl Bühler, y me sumergí en la gramática y en la anfetamina", describiría décadas después Sánchez Ferlosio en su obra autobiográfica La forja de un plumífero.
La primera visita de Meyer a España fue en 1957, con tan solo 18 años. Vivió en un piso del barrio de Argüelles. El francés se vio envuelto por la intelectualidad madrileña durante tres o cuatro años de idas y venidas, hasta que Llácer se esfumó durante un tiempo.
“Isabel decidió luchar contra Franco en la clandestinidad”, recuerda Meyer. Su compañera se embarcó en la aventura de reconstruir el Partido Comunista de España en plena dictadura franquista. El francés no regresó a la península ibérica hasta 1972, ya "felizmente casado" con su pareja, Anne, y siendo profesor de matemáticas en la Universidad de París-Sur. Desde entonces, viene cada año. La última vez fue el pasado noviembre, cuando acudió al acto de jubilación de la matemática Magdalena Walias, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid y colega durante décadas.
"Muchas veces Meyer y yo hemos estado de vinos y hemos acabado cantando Andaluces de Jaén", afirma el matemático Antonio Córdoba
“La primavera de la matemática española, tras el franquismo, fue una eclosión”, celebra Meyer. Uno de sus protagonistas fue el murciano Antonio Córdoba, que dejó su puesto de profesor en la Universidad de Princeton (EE UU) para ser catedrático de Análisis Matemático en la Universidad Autónoma de Madrid desde 1980. “La gente de derechas se quedaba en la Universidad Complutense y los jóvenes que querían cambiar el mundo se iban a la Autónoma, que era nueva”, rememora Meyer.
“Córdoba siempre decía que yo era un profesor de la Autónoma que, desafortunadamente, viajaba mucho a Francia”, recuerda el francés entre risas. Ambos son “muy amigos” y juntos ayudaron a fundar en 1985 la Revista Matemática Iberoamericana, en la que hoy escriben gigantes como el estadounidense Charles Fefferman.
“Somos amigos desde hace 40 años. Yo he estado viviendo en su casa y él en la mía”, confirma Córdoba, hoy director del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT), en Madrid. “Muchas veces hemos estado de vinos y hemos acabado cantando Andaluces de Jaén, el poema de Miguel Hernández con música de Paco Ibáñez. Yves es un entusiasta de España”, aplaude Córdoba.
Este amor por España tuvo altibajos hace un par de años. Meyer era miembro del comité científico asesor del ICMAT desde junio de 2015. Un mes después, el director del organismo, Manuel de León, fue destituido. En la institución —dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de las universidades madrileñas Complutense, Autónoma y Carlos III— se inició una guerra interna que acabó en un empate entre los dos candidatos a la dirección, Antonio Córdoba y Fernando Soria, también conectado con Meyer a través del matemático israelí Ronald Coifman.
Meyer se vio de repente en medio de una guerra civil, con presiones para votar a favor de uno u otro candidato, justo los días en los que París sufría varios ataques terroristas, como el de la sala Bataclan. “No quise ser las Brigadas Internacionales en la guerra del ICMAT”, bromea ahora. Presentó su dimisión el 18 de noviembre de 2015. Y, al final, fue elegido Antonio Córdoba.
El ICMAT está acreditado como uno de los mejores centros científicos de España, pero Córdoba, preguntado por aquel episodio, reconoce que hubo "un ajuste difícil, con la tradición de egos y endogamias de la universidad española”.
Meyer dimitió como asesor científico del ICMAT, en Madrid, para no verse envuelto en una guerra interna
Córdoba fue el padrino académico de Meyer en la ceremonia del 6 de junio de 1997 en la que el francés fue investido doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid. En el mismo acto fue investido el argentino Alberto Pedro Calderón, otro de los matemáticos más prominentes del siglo XX. En la foto de familia de aquel día también aparece Ireneo Peral, hoy catedrático de Análisis Matemático en la Autónoma.
“En esta época mercantilista, hay que resaltar que Yves Meyer es un matemático puro, pero su trabajo ha tenido una trascendencia tremenda en aplicaciones”, opina Peral. Meyer solucionó problemas matemáticos simplemente porque estaban ahí, sin resolver, no porque pensara en futuras aplicaciones. Sin embargo, su desarrollo de la teoría de las ondículas ha facilitado a los médicos el diagnóstico por imagen. Casi nada. “Yo tengo 70 años y ya me jubilo, pero hay que apoyar la investigación básica de personas como Meyer”, recalca el matemático español.
Peral fue, según su propio relato, quien inventó la palabra ondícula, mezcla de onda y partícula, para traducir el vocablo inglés wavelet. “Fue un poco una broma en una conversación de café, pero al final se extendió su uso”, recuerda.
El catedrático rememora una anécdota durante un curso de verano en El Escorial, en 1983. “Me encontré a Meyer en el jardín y casi ni me saludó”, afirma. El francés andaba enfrascado en un problema matemático heredado del gran maestro argentino Calderón. A las cuatro horas, buscó a Peral y se disculpó: “Oye, ¿te he visto esta mañana? Es que anoche soñé que mi solución estaba mal”. Pero no estaba mal. Era correcta y Meyer la podía recitar de memoria, como los romances españoles del siglo XV.
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