El rabo, mejor entero
La prohibición de amputar la cola a los perros encaja con una nueva sensibilidad social
Ya que el actual Congreso no puede cambiar las grandes cosas que necesitamos, celebraremos las pequeñas que se van abriendo paso gracias a la pluralidad de fuerzas que se sientan en la Cámara. La ausencia de mayoría absoluta es, en este sentido, bienvenida.
La semana pasada, el Congreso prohibió la amputación del rabo de los perros con los votos de Unidos Podemos, PSOE y ERC, el voto en contra del PP y la abstención de Ciudadanos y PNV. Se trataba de ratificar el convenio europeo sobre protección de animales de compañía de 1987, que prohíbe operaciones quirúrgicas a los animales con fines estéticos. El Partido Popular defendía la excepción para cachorros de razas cazadoras cuyos rabos pueden enredarse con el rabo en las zarzas o generar un “efecto látigo” (sic). Volveremos al tema.
Porque hay mucho más: la iniciativa trata, sobre todo, de formalizar una nueva cultura que aspira a extender el respeto a la vida de los animales y de trasladar a la legislación una nueva sensibilidad que se abre paso en las nuevas generaciones de una sociedad que está cambiando: los toros están en retroceso en la opinión pública y en las plazas españolas; el toro de la Vega es afortunadamente historia; las demandas de prohibición de animales en circos y espectáculos se extienden con buenas razones; el animalismo ha tomado personalidad como opción política; y algunas organizaciones demandan una ley de bienestar animal en línea con otras legislaciones europeas que definen a los animales como seres sintientes y no cosas. En Argentina y Brasil, recordémoslo, algunas sentencias judiciales han abierto la puerta a considerar a los grandes simios “personas no humanas”.
El último número de la revista Claves, la revista dirigida por Fernando Savater, está dedicado al animalismo y alberga un ilustrativo artículo de Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y especialista en el tema. Cortina no centra el debate en los derechos —los humanos están reconocidos en declaraciones como la de 1948— sino en el valor. “Los animales tienen un valor, como lo tiene cuanto es capaz de experimentar una vida, por eso no se les debe dañar y sí cuidar. El mundo ético no es sólo el de los derechos. A la exigencia ética también pertenece el cuidado de lo valioso, la actitud de no dañar y sí proteger lo que tiene un valor”, sostiene Cortina.
El Convenio sobre protección de animales de compañía ratificado por el Congreso ¡30 años después! prohíbe abandonar e infligir dolor o angustia a un animal de compañía y prohibe las intervenciones para cortar “cola, orejas, cuerdas vocales y extirpación de uñas y dientes”. Amputarles el rabo, según los especialistas, les causa daños neurológicos, dificulta su comunicación y su equilibrio y ningún enredo en una zarza puede justificar ese dolor. Las sensibilidades sociales cambian y las intituciones, si no las impulsan, al menos deben adaptarse a ellas. El Congreso al fin lo ha hecho.
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