Travestidos
El travestismo también supone una tabla de salvación
Siempre en el punto de mira. Hombres que se visten de mujeres, en público o en la intimidad y que no siempre son aceptados por el resto.
El primer travesti que recuerdo se llamaba Manolito. Era el marica oficial de mi pueblo, Getafe. Tenía un tipo envidiable sobre unas piernas eternas. Gracias a él descubrí lo que eran los vaqueros ajustados de pitillo; los tenía en todos los colores, incluyendo un rosa fresa de escándalo. Durante toda mi adolescencia envidié su estilo al andar meneando las caderas como Marilyn Monroe, a la que emulaba también con su rubia melena de ondas. Siempre con carmín en los labios y máscara de pestañas. La estrechura de mente del pueblo con aspiraciones a ciudad, no impedía que paseara por la calle Madrid con la cabeza muy alta. Manolito era un hombre disfrazado de mujer, capaz de pasear alzado sobre unas botas con tacón, incluso en aquel pueblo plagado de militares y hortelanos venidos a más después de vender las tierras a las fábricas convirtiendo el pueblo en ciudad dormitorio. Manolito sufrió muchísimo: Él se negó a limpiar sus labios de carmín y el pueblo se negó a aceptar que cambiara de envoltorio.
Este es un caso más en los muchos que pueden darse con el travestismo de por medio.
Alexia del Rey es una de las mujeres más femeninas que me he encontrado en mi vida tuitera. Y digo mujer, porque yo la conocí obviando su masculinidad y desestimando también su relación marital y parental. Me fascinó su delicadeza a la hora de abordar temas de sexualidad no convencional, me gustaron las fotografías que colgaba y me abrió en canal su blog en el que contaba lo difícil que le resultaba alejarse de la masculinidad en la que estaba obligada a vivir por haber nacido con un pene entre las piernas.
Alexia se considera la parte femenina de un ser al que no le queda otra que lucir masculino las 24 horas del día. Y es a eso a lo que se resiste, ni mucho menos a ser hombre. Por eso, cuando se queda a solas, cuando es libre, alarga su melena en unos rizos castaños perfectos y se viste con ropa interior de encaje, bragas de mujer que desea y anhela sobre su piel. Maquilla sus labios, sus ojos y se postra ante el espejo para reconocerse, casi mejor, que cuando no le queda otra que llevar corbata e ir a buscar a los niños al colegio.
Alexia se traviste por gusto. Por gusto y por honestidad con ella misma.
Lencería femenina como fetiche
El travestismo es también un primer paso de muchas personas transexuales. Vestir y hacerse visibles en su propio género. Quieren que la sociedad los acepte en su verdadera identidad. Siendo mujer, vistiendo como mujer, maquillándose como mujer por mucho que sus genitales sean los de un hombre. En el caso de los hombres transexuales ocurre exactamente lo mismo. Sonia Bouzas, técnica sociosanitaria en la actualidad, fue carne de asfalto comprada al mejor postor y marica de pluma discotequero antes de poder operarse y tener los genitales que le correspondían. El camino ha sido terrible para gran mayoría de estas mujeres transexuales, sobre todo durante el penoso camino de ser hombres travestidos. La tasa de intento de suicidio de personas transexuales es alarmante: 42 % en mujeres transexuales y demoledor en hombres travestidos no conformes con su género: 44 %. Apabullante las cifras a la que se llega si hablamos de poblaciones alejadas de la gran ciudad. Por ejemplo, las personas transexuales indias americanas llegan al 56 %.
El travestismo no siempre es indicativo de una orientación homosexual, por mucho que en muchos casos la corrobore (como con Manolito el de mi pueblo), ni de una transexualidad (caso de Sonia Bouzas). Hay hombres que eligen travestirse siendo heterosexuales y encantados con el sexo que les fue asignado. Ni son hombres homosexuales ni son mujeres transexuales. Son hombres heterosexuales a los que les gusta vestirse de mujer y no siempre su entorno lo acepta. Muchos querrían compartir con sus parejas este momento, poder usar bragas de encaje, corsés y ligueros con sus amantes, casi como un juego que formara parte de los juegos íntimos. Es un fetiche. Y como tal, la pareja puede disfrutarlo. Esto ya sí que es un trabajo de pico y pala en el que no queda otra que tener confianza, aceptar fetichismos ajenos y tratar de sacarle partido a una sexualidad no convencional que pasa por unos amantes que se disfrazan. O hablamos de lo que queremos en la cama o jamás triunfaremos en ella.
Es más que probable que la ínfima posibilidad de considerar que un travesti pueda ser heterosexual, rompa todos los moldes. Pero la cama de cada uno es territorio privado. Más raro me parece que un heterosexual tenga sexo con otro hombre si no es bisexual, como poco, aunque solamente sea por una cuestión de intercambio de fluidos varios. Últimamente no dejo de encontrarme artículos al respecto. Dicen que es por curiosidad. Para mí es miedo a reconocer bisexualidad o incultura. En una sociedad libre nada ni nadie pueden obligarte a acostarte con quien no quieres. No sigan comportamientos sexuales que nadie les obliga a tener. Y si les apetece acostarse con quien sea, háganlo sin excusarse. Un bisexual no turna sus amantes (ahora hombre, ahora mujer), pero si no le excita, no le gusta, no le atrae una persona de su mismo sexo, es difícil que termine en una cama. ¿O también curiosean con el sexo con animales?
No me pidan que me crea que se follaron a una gallina por curiosidad, por favor. Ténganme un mínimo de respeto.
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