Así era yo
QUÉ PEQUEÑO resulta un escritor frente a los libros! No sé si estaba en la intención del fotógrafo mostrar ese contraste, pero ahí tienen a Cabrera Infante en una habitación de su casa de Londres. No sabemos si se acaba de levantar o aún no se ha acostado. No tenemos ni idea de la hora que es. Puede que las diez de la noche y que el autor de Tres tristes tigres no haya salido ni a comprar el pan. Tal vez se echó la bata encima al saltar de la cama y ha estado todo el día con ella, deambulando de una a otra habitación, aterido de frío en esa estancia de techos altos. No debe de ser fácil, ni barato, calentar tantos metros cúbicos de aire. Tampoco alcanzar los libros de arriba, uno de los cuales, a lo mejor, era precisamente el que necesitaba hoy para ponerse en marcha, para escribir lo que entre las idas y las venidas del dormitorio a la cocina ha estado creciendo, como un tumor, en su cabeza./
Y no es solo el frío, es también el espanto. Observen la actitud protectora de los brazos del autor, la mirada perpleja que lanza hacia la cámara, la incongruencia de los calcetines, o el calzón, con los zapatos de vestir que asoman por debajo de la bata. ¿Estará deprimido? ¿Se habrá sentado a esperar la llegada de la euforia? ¿Posa tal vez? Supongamos esto último, que posa para el fotógrafo y para el futuro. Pero esa pose no se le ocurre sino al que ha sufrido su realidad. Mirad, nos dice, así soy yo, así era cuando estaba vivo, de instantes como este, en los que parezco un insecto frente a un muro de papel impreso, nacieron las aliteraciones de las que fallecí.
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