_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fillon y Mas

Hay quien, al peligrar su supervivencia, no duda en abrazar una visión personalista de la democracia

Máriam M-Bascuñán
El candidato a la presidencia francesa François Fillon en campaña en Besançon.
El candidato a la presidencia francesa François Fillon en campaña en Besançon. AFP PHOTO

Nuestra política se define hoy, para bien o para mal, como la ficción maniquea de un mundo escindido entre el buen pueblo y una élite corrupta y moralmente inferior. Todos buscamos de nuevo, ya sea por contagio, el refrendo del grupo frente a esa jet judicial, política o periodística que miramos con recelo y desprecio. Problemático como es, el asunto se agrava cuando este argumentario deja de ser el copyright de partidos populistas y ocupa todo el paisaje político.

Lo vemos en figuras del viejo establishment, como Fillon, el nuevo mártir de la République, o en Mas, otrora hombre de orden. Al peligrar su supervivencia, no dudan en abrazar una visión personalista de la democracia. Su arremetida contra “el gobierno de los jueces” es la típica apostilla que salía de las fauces de los Le Pen o Berlusconi. Ahora, Fillon afirma que “el único juez” es el pueblo, mientras Mas limita la democracia a una mera expresión electoral. La paradoja, nos dice Rosanvallon, es que ese “pueblo aritmético” que representa una porción electoral se sitúa por encima de un cuerpo constitucional que también tiene una función representativa: defender nuestros valores y derechos.

El relato interesado de “el poble sóc jo” se construye siempre sobre un subterfugio que esconde el simple afán de poder, pero no hay ganancia posible en debilitar los poderes neutros que nos protegen garantizando el pluralismo. Es un axioma olvidado: en democracia no se pueden escindir los elementos propiamente electorales de los que facilitan su funcionamiento institucional, por mucho que Mas identifique democracia con el puro acto de votar.

El legítimo hartazgo ante la corrupción, el cinismo político y la burocratización ofrecía dos salidas: un programa de refundación democrática o apelar a las bajas pasiones de siempre. Nos lo advirtió Todorov: la democracia engendra sus propios fantasmas. Es así como el populista se disfraza de valores democráticos, apela a la tribu y pasa inadvertido. Por eso, lo que unos llaman un nuevo contrato social es en realidad una profunda crisis, huérfana de auténticas propuestas de regeneración. Porque toda patria, todo pueblo, tiene también algo de presidio. @MariamMartinezB

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_