Mafia
Debemos dejar de llamar "mafiosos" a los directivos de Bankia. Es injusto, porque la mafia tiene glamur
Debemos dejar de llamar "mafiosos" a los directivos de Bankia. Es injusto, porque la mafia tiene glamur.
Acaba de llegar a España la nueva novela Dennis Lehane: Ese mundo desparecido. Lehane ha concebido a algunos de los delincuentes más memorables que hemos visto los últimos años en pantalla, en series como The Wire o Boardwalk Empire, de Martin Scorsese, en películas como Mystic River o Adiós, pequeña, adiós. Y su nuevo libro vuelve a la Cosa Nostra de los años cuarenta, muy al estilo de El Padrino.
Ese mundo desaparecido cuenta una historia de traidores, asaltantes, criminales y algún que otro psicópata. Lo extraño —y fascinante— es que nos gustaría ser esos personajes. Como los de Narcos. O los de Uno de los nuestros. Los mafiosos de la vida real son cutres, toscos y repugnantes. Pero los de la ficción tienen una épica y una profundidad a medida de nuestros sueños de una vida aventurera. Una parte de nuestra existencia apacible y predecible envidia a los que se juegan el tipo a balazos en cada esquina.
En cambio, los condenados la semana pasada por las tarjetas Black, directivos y asesores de Bankia, carecen del menor atractivo. Perpetraron sus fraudes precisamente porque pensaban que no corrían ningún riesgo. Algunos delinquían por desidia, por inercia, como Miguel Blesa, que precisamente el año que se desató la crisis, dobló su sueldo de 1,7 millones de euros a 3,5. Otros, como Rodrigo Rato, abandonaron cargos de responsabilidad global para dedicarse al pillaje, porque era un trabajo más fácil.
La ficción se escribe para reinventar la realidad, para hacerla mejor y menos gris. Y eso incluye a los malos. Si la literatura tuviese que contentarse con los de Bankia, Dennis Lehane tendría que ser teleoperador.
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