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Ojos que ven, corazones del desierto

Marruecos lo erradicó aplicando la estrategia de la OMS, con un especial cuidado en la descentralización y el trabajo profesional puerta a puerta

Aicha Lbbihi, de 70 años vive en Tisgrat, en la región de Zagora y tiene tracoma.
Aicha Lbbihi, de 70 años vive en Tisgrat, en la región de Zagora y tiene tracoma.Azir Khouadir
Analía Iglesias
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Mucho más que una final de la Copa África o que cualquier otra competición política o deportiva, la eliminación del tracoma como problema de salud pública ha sido una reciente gran prueba marroquí con resultado exitoso. En noviembre de 2016, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció oficialmente que Marruecos había conseguido la erradicación de esta infección ocular largamente endémica en cinco provincias del sur: Zagora, Errachidia, Tata, Ouarzazate y Figuig. En realidad, la enfermedad había remitido hasta casi desaparecer hacía ya casi una década, tras una campaña puerta a puerta, como indican fuentes del Ministerio de Sanidad marroquí y confirman los habitantes con buena memoria de aquella región.

El Tracoma es la principal causa infecciosa de las cegueras en el mundo y lo era también en aquellas cinco provincias del Gran Sur Marroquí, que representan aproximadamente el 25% del territorio nacional, con una población que supera el millón y medio de personas.

¿Qué es el tracoma?

Tratamiento

Personas afectadas

Zonas endémicas

Se trata de una enfermedad infecciosa que puede causar la pérdida total de la visión. La principal infección causante de ceguera a nivel mundial tiene su origen en un microorganismo llamado Chlamydia trachomatis. Se transmite por contacto con secreciones oculares o nasales de personas infectadas (manos, ropa de cama, e incluso moscas). Nuestro sistema inmunitario puede resolver un episodio de infección, pero en comunidades donde el tracoma es endémico son frecuentes las reinfecciones. Cuando se producen episodios repetidos, durante varios años, las sucesivas cicatrices hacen que el borde del párpado se pliegue hacia dentro, de tal manera que las pestañas raspan el globo ocular, lo que provoca dolores y hasta daños permanentes en la córnea. La ceguera causada por el tracoma es irreversible.

La higiene es fundamental, de ahí la importancia del acceso al agua y al saneamiento. La infección puede eliminarse con la administración de antibióticos (azitromicina). Se llega a la cirugía para tratar la fase de la enfermedad que causa ceguera (triquiasis palpebral tracomatosa).

Hay algo más de 200 millones de personas que viven en zonas donde el tracoma es endémico. En las comunidades muy endémicas, la enfermedad se da sobre todo en niños, aunque la discapacidad visual se produzca generalmente entre los 30 y los 40 años. El número de mujeres ciegas cuadruplica al de los hombres, probablemente debido a su estrecho contacto con niños infectados. Es la causa de la ceguera o incapacidad visual de 1,9 millones de personas.

Constituye un problema de salud pública en las zonas más pobres y rurales de 42 países de África, Asia, América Central y del Sur, Australia y Oriente Medio.

Fuente: OMS

La enfermedad aparece hoy como un recuerdo lejano en la mirada entrecerrada de un vendedor ambulante en la vieja medina de cualquier gran ciudad del centro o el norte de Marruecos. Said tendrá unos 35 años, debe de venir de los bordes del desierto, y se acerca con los paquetitos de pañuelos a la parada del bus, en el centro de Rabat. Tiene un ojo casi cerrado, deformado, pero mantiene la sonrisa en ese mirar de lado. Cuando se le pregunta si viene del sur (la marca del ojo herido es seña de identidad y procedencia), se le ilumina la cara: “Sí, de El Aaiún”, responde. Pero si intentamos saber qué le pasó con la vista, rehúye la respuesta: “Nací así, pero estoy bien, hamdullah”. No quiere ni oír pronunciar la palabra tracoma, vuelve a negarlo: “Nací así”.

Hasta hace algo más de una década, en las estribaciones del macizo del Atlas, paso histórico de las caravanas que cruzaban el desierto hacia Tombuctú, la vieja infección de la vista se ensañaba —sobre todo— con los niños en edad preescolar y con sus madres, porque el agente que la provoca, la Chlamydia trachomatis se transmite por contacto con las secreciones oculares o nasales de un enfermo (ya sea a través de las manos, ropas o moscas). Si la infección se produce con repetición, las cicatrices hacen que los párpados se deformen y las pestañas crezcan hacia adentro, rozando la córnea y dañándola irreversiblemente. La condición necesaria siempre es la falta de agua para una buena higiene, lo que se agrava en regiones desérticas, donde siempre hay arena y polvo en el aire.

Aunque desde los años cincuenta la OMS colaboraba con el Estado marroquí en la formación de médicos y enfermeros, fue durante la década de los noventa cuando la organización internacional propuso una estrategia de alcance mundial, que combina la cirugía para los casos más graves, antibióticos para tratar las infecciones, sensibilización en buenos hábitos de higiene para la prevención del contagio y estímulo a las inversiones públicas en saneamiento y provisión de agua potable. Liderando una alianza público-privada, la Organización de la Salud se puso como objetivo la erradicación de la enfermedad en todo el mundo, para 2020 (GET 2020, en sus siglas en inglés).

Es la principal causa infecciosa de las cegueras en el mundo y lo era también en cinco provincias del Gran Sur Marroquí

Un oftalmólogo experimentado, con consulta en el centro de la capital, dice que nunca ha topado con un caso, y nos remite directamente a la salud pública. Nunca fue un problema en las grandes ciudades, asevera. Otra médica, esta de la sanidad pública, y ejerciendo en un hospital de la que fue la principal provincia endémica (Zagora) confirma que solo quedan pacientes con viejas secuelas, que no hay casos nuevos, y vuelve a asombrarse de lo extendida que estuvo en aquella región: “Con lo fácil que es curarla”.

A principios de los años noventa, la llamada ceguera de los pobres alcanzaba —en su estadio más avanzado, la triquiasis— a entre 35.000 y 40.0000 personas de la región del Anti-Atlas, según un informe, publicado recientemente en The Lancet, que lleva la firma de Jaouad Hammou, Houda El Ajaroumi y Hassan Hasbi, entre otros responsables del Ministerio de Sanidad marroquí. En 1997, la inflamación tracomatosa llegó a afectar a más de la mitad de los niños de entre uno y nueve años en la provincia con más prevalencia, Zagora. Y el problema venía de largo.

Desde el punto de vista sociológico, había claras “marcas identitarias, de procedencia, etnia y hasta profesión”, nos explica Farid Zahi, director del Institut Universitaire de la Recherche Scientifique de la Universidad Mohammed V de Rabat, que ha organizado recientemente un ciclo de debates sobre las políticas del cuerpo y la dimensión antropológica del dolor. Zahi apunta que, en Fez, en los años sesenta, eran los porteadores de Tafilalt los que cargaban las trazas visibles del Tracoma. Unas señas que remiten a la época colonial (1912-1956), “como la lepra” —apunta Zahi— y, de hecho, hasta la provincia de Tafilalt ha cambiado desde entonces su nombre por el de Errachidia.

El Tracoma, una prioridad de las autoridades sanitarias en Marruecos, llevó a la adopción, en 1997, de la Estrategia Chance (una sigla que significa suerte, en francés), con el impulso internacional de la OMS y de organizaciones como Helen Keller International, la Fundación Edna McConnell Clark, la Iniciativa Internacional contra el Tracoma (ITI) y el laboratorio Pfizer. Sus siglas definen el plan: Ch (Chirugie-Trichiasis), de cirugía de efecto inmediato de los párpados invertidos para la prevención de la ceguera; A (Antibiotiques), antibióticos para la reducción de la transmisión de la enfermedad; N (Netttoyage du visage), de vital importancia resulta la limpieza de la cara para reducir la transmisión de la enfermedad y CE (Changement de l’environnement), para mejorar la higiene colectiva y el aprovisionamiento de agua potable.

Por cierto, Marruecos fue el primer país en probar a gran escala el antibiótico específico proporcionado por Pfizer (la azitromicina), de efecto prolongado. Entre 1999 y 2005, se distribuyeron 700.000 dosis anuales del antibiótico, con las que se cubrieron más del 80% de los casos de cada provincia afectada.

“Era la enfermedad de los oasis”, dice Rachid El Belghiti, periodista marroquí oriundo de la provincia de Tata, otra de las antiguamente más afectadas por el Tracoma. “Los enfermeros iban casa por casa y se quedaban con la familia hasta que los enfermos tomaban la medicación, y al día siguiente volvían y esperaban a que la tomaran, y así todos los días, para asegurarse de que la gente no desechaba el medicamento [porque, al parecer, tenía efectos secundarios como la diarrea]”, recuerda.

Se trata de una de las enfermedades más antiguas de nuestra era, hay ocho países que han reportado su eliminación y todavía quedan unos 40 en los que es endémico

Ese compromiso público se renovaba año a año, entre 1998 y 2006, con recursos financieros específicos y esa singular movilización de enfermeros y médicos locales, particularmente reforzada cada mes de septiembre, con el comienzo de las clases. El equipo recorría todos los colegios y las escuelas coránicas, y pasaba casa por casa, tratando en torno a los 7.000 casos por año, según fuentes del Ministerio. De esa manera, se alcanzó a la casi totalidad de la población, con prevención e investigando la prevalencia de la enfermedad a intervalos regulares de dos años.

“El tratamiento médico se combinó con educación sanitaria y esfuerzos para mejorar la provisión de agua y el saneamiento. Como resultado de ese trabajo, y de acuerdo con los datos del Gobierno nacional, en cada una de las cinco provincias en las que el Tracoma era endémico en 1990, el porcentaje de hogares con acceso al agua potable pasó de un 20% en 1990 a un 90% en 2007. El programa de extensión del tendido eléctrico rural alcanzó a dos millones de hogares. Y, simultáneamente, la extrema pobreza (definida por un ingreso diario per capita de un dólar, según el índice de precios de1996) cayó al 0,6% de la población nacional, para el año 2007”, se lee en el informe que firman responsables del Ministerio de Sanidad en The Lancet.

La prevalencia de la inflamación tracomatosa descendió, en el caso de la provincia más endémica del 58% de los niños de entre uno y nueve años, en 1997, a menos del 5% en 2005. Justamente 2005 marca el año del fin de la incidencia de la enfermedad como problema de salud pública en casi todas las provincias, pero una vez logradas las metas, hubo que establecer un sistema de vigilancia exhaustivo y cambiar de una vez para siempre los entornos en los que había vivido la población afectada.

En las estribaciones del Alto Atlas viven grupos berberófonos que, en su día, estuvieron entre las poblaciones más afectadas tanto por esta enfermedad como por la pobreza. De ahí que se hable de una marca étnica en las secuelas, y de ahí la importancia que tuvo la descentralización en el diseño de la campaña. Para que la estrategia tuviese éxito en aquellas zonas rurales de Marruecos, fue necesario el trabajo con las comunidades locales y sus referentes.

Desde 2005 no se registraron “recrudecimientos de la enfermedad”, aclara el informe de los responsables epidemiológicos. Por supuesto, las medidas correctivas para tratar las secuelas han continuado: entre 1992 y 2015, fueron operadas 51.939 personas, en números del documento.

El tracoma es una de las enfermedades más antiguas de nuestra era (aparece en registros egipcios de la época de los faraones), hay ocho países que han reportado su eliminación y todavía quedan unos 40 en los que es endémico. La experiencia de una gran final ganada, como la de Marruecos, está ayudando a creer que es posible erradicar la enfermedad en el mundo. Lo que hace falta es voluntad.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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