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MIRADOR
Columna
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Sonrisa y épica

La estrategia de Mas ha estado lejos de lo que Puigdemont proclamaba con orgullo: Hemos estado de pie cuando nos querían de rodillas

Jorge M. Reverte
Artur Mas en el Inicio del juicio por la consulta del 9-N.
Artur Mas en el Inicio del juicio por la consulta del 9-N. ALBERT GARCIA

A Artur Mas le han sobrado algunas cosas a su paso por el banquillo ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC). La primera es haber intentado defenderse de las acusaciones de desobedecer al Tribunal Constitucional español. Lo lógico, dadas las circunstancias en que se ha producido su procesamiento, habría sido que le negase la competencia para juzgarle a un tribunal español. Pero más importante todavía es que la columna vertebral de su alegato no haya sido una proclamación solemne de culpabilidad. Porque el argumento central de los independentistas es la negación de la soberanía española y la afirmación rotunda de que ellos están en otra cosa, que consiste esencialmente en desobedecer, en negar la ley común.

Imaginemos que Artur Mas resulta absuelto de la desobediencia. En ese caso, el veredicto se basaría en que el Tribunal Constitucional no le había avisado de que estaba desobedeciendo y de que incurría en un posible delito. ¿Qué haría entonces Mas con esa sentencia? No le serviría de nada, porque habría estado dentro de la ley española.

Imaginemos que Mas es declarado culpable. En ese caso, su defensa haría que el veredicto no tuviera ninguna contundencia, porque Mas se habría plegado a usar una triquiñuela de baja calidad, que no habría bastado para que el tribunal le exculpara.

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Su estrategia ha estado lejos de lo que Puigdemont proclamaba con orgullo: Hemos estado de pie cuando nos querían de rodillas.

Otra cosa que le ha sobrado a Mas, como casi siempre, es el uso excesivo de su sonrisa. Decenas de miles de soberanistas le contemplaban esperando el gesto épico que Mas estaba deseando dar.

Y la épica ha distado mucho de ser el caldo en el que se ha cocinado su comparecencia. ¡Qué lejos ha estado Mas de los gestos rimbombantes, pero eficaces, de Lluís Companys rindiéndose a los cañones de Batet mientras que algunos de sus colegas belicistas se escapaban por un túnel!

La sonrisa de Mas no sirve para saciar el apetito de épica de esas decenas de miles de personas que esperaban el gesto inaugural de una nueva Cataluña de la que estarían excluidos todos los españoles, empezando por los miembros del TSJC. Ya exhibió esa media sonrisa en el Camp Nou, ante el Rey, con el único propósito de que se sintiera insultado. Ahora, Mas tiene que dejar la sonrisa irónica, porque el alegato tan temeroso de su defensa no le aguantaría mantenerla.

Artur Mas ha escogido mal el argumento de su defensa y la sonrisa impostada.

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