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CLAVES
Columna
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Instintos primarios

Los partidos, siguiendo el instinto de los tiempos, incrementan la legitimidad popular de sus líderes, permitiendo la participación de militantes o incluso simpatizantes en su elección

Víctor Lapuente

La política española está calmada, pero los partidos andan revueltos. No es que no se pongan de acuerdo en quién debe liderarlos. Es un problema más profundo. No se ponen de acuerdo en el método de elección de sus líderes. Y, a largo plazo, ninguna institución sobrevive sin un mecanismo consensuado para reemplazar a sus élites.

Se discute sobre la conveniencia y el diseño de las primarias. Una piedra en los zapatos de todos los partidos, incluido el PP. Porque las primarias son la etiqueta de modernidad de los partidos. El termómetro que indica su nivel de democracia interna.

Pero cómo elegimos a los líderes —mediante votos o dedazos— es solo una parte de la democracia. Tan o más importante es cómo los controlamos una vez entronados. Irónicamente, la consecuencia de las primarias y el dedazo en España es idéntica: un poder discrecional para el ganador. Quien gana está, de iure o de facto, empoderado para remodelar la estructura y estrategia del partido.

Esto envenena las primarias. El militante no solo vota al mejor candidato para unas elecciones, sino al padrino o madrina que puede decidir su futuro en el partido. Se inicia así un juego de adhesiones, explícitas como el abrazo de Vergara o sutiles como una fiesta de máscaras donde no quieres que sepan con quién estás bailando. Se intercambian deudas y deslealtades que un día se cobrarán. Las primarias dejan de ser enfrentamientos de candidatos para convertirse en contiendas entre facciones sinuosas.

Construir una democracia, en un país o en un partido, no es fácil. Hay que equilibrar una elección abierta de los líderes con un control cerrado de sus acciones. El desequilibrio, en un sentido o en otro, lleva a la arbitrariedad.

Con lo que, si los partidos, siguiendo el instinto de los tiempos, incrementan la legitimidad popular de sus líderes, permitiendo la participación de militantes o incluso simpatizantes en su elección, deben correspondientemente aumentar los contrapesos internos. Cuanta más autoridad tiene una figura, más vigilada debe estar. Es la fórmula secreta de las instituciones democráticas: controlar los instintos democráticos. @VictorLapuente

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