Los espías tristes
'El hombre de las mil caras' elude los clichés y los panfletos. Y lo más difícil: logra un retrato humano de los villanos
Este ha sido el año del thriller español. Tres nominadas a mejor película en los Goya de este sábado se inscriben en el género. Mi favorita, sin duda, es El hombre de las mil caras.
La película de Alberto Rodríguez pasa más desapercibida que los nombres de Almodóvar o Bayona, la avalancha de nominaciones de Tarde para la ira o las espectaculares escenas de acción de Que Dios nos perdone. Y, sin embargo, su encanto radica precisamente en su discreción.
Esta película narra los polvos de nuestros lodos. Su oportuna trama sobre fraude fiscal y empresas de fachada llegó a la cartelera justo mientras España desayunaba corrupción en los telediarios y el mundo descubría la dimensión de entramados bancarios internacionales como los papeles de Panamá o los enjuagues de Luxemburgo.
Sin embargo, con notable habilidad, El hombre de las mil caras elude los clichés y los panfletos: te mantiene absorto sin balazos. Te lleva a viajar por el mundo sin presupuesto. Y lo más difícil: logra un retrato humano de los villanos: un Luis Roldán débil y cobarde, sostenido por una esposa valiente y decidida. Un Francisco Paesa adicto a las conspiraciones, pero incapacitado para ser feliz. En un sistema político perverso, el éxito te condena. Cuando Roldán dice llorando "yo solo hice lo que hacían todos", casi quieres que se fugue con la pasta.
La vida es así. Y las historias deben retratar la vida, no nuestras opiniones sobre ella.
Ojalá gane. El único problema es que soy un experto en apostar a perdedor. Desde las elecciones hasta los Oscar, basta que yo vote por alguien para que se hunda. Así que, desde ahora, defenderé a cualquier otra. A lo mejor así se cumple mi deseo.
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