¿Y si sale bien?
La política parece que se ha convertido definitivamente en el arte de alimentar a tu gente con algo que es malísimo pero que sabes que les va a gustar y no en aquello que nos contaron, que era tratar de lograr que los que te importan coman mejor
Así me lo contó una amiga… “¿Tú sabrías cocinar eso?”, preguntó él. Y ella se quedó callada. Acababa de comerse el chico unos tagliatelle con espinacas, guindilla y parmesano en un restaurante italiano. A ella le habían parecido un asco. Pero sonrió. “Qué rico”, dijo. “En serio, ¿esto se puede cocinar en casa?”, insistió su chico. Se puede cocinar hasta en un campo de refugiados, pero no sé yo si ACNUR lo aprobaría, pensó mi amiga. “Claro”, respondió finalmente. Al cabo de una semana estaba preparando ese engendro en casa. La clavó. Estaba igual de nauseabundo que en el restaurante. “Se lo tienes que cocinar a tu madre”, festejó el muchacho. Un mes más tarde estaba preparando la receta en casa de su progenitora. “Hija, esto está riquísimo”, celebró la madre. Han pasado 15 años y, según me cuenta, aún prepara ese plato con regularidad: a su madre, a su novio actual e incluso a amigos y amigas a los que afirma querer.
Esos tagliatelle me vinieron a la cabeza el otro día cuando Trump se puso a firmar cosas. ¿Y si toda esta mierda le sale bien? ¿Y si este detritus humano, esa espinaca con guindilla, triunfa en sus cometidos? Y entonces llamé a mi amiga y la invité a que se dedicara a la política, pues parece que se ha convertido definitivamente en el arte de alimentar a tu gente con algo que es malísimo pero que sabes que les va a gustar y no en aquello que nos contaron, que era tratar de lograr que los que te importan coman mejor. “Te equivocas”, intervino. “Los políticos no se comen lo que cocinan, yo me he tenido que zampar esas espinacas durante 15 años”.
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