Pobreza y riqueza
El subconsciente colectivo nos lleva a suponer que el dinero es la panacea frente a todas las adversidades. Que el que lo disfruta en cantidad no tiene preocupaciones, y que su posesión, además de acceso a todos los entretenimientos imaginables, colma de cualidades. Pero, afortunada o desafortunadamente, la riqueza material por sí misma no da equilibrio emocional ni permite tener más tiempo, ni más salud, ni más belleza o inteligencia, ni más cultura, ni mejor reputación, ni buena compañía, por mucho que abra las puertas de las mejores clínicas, centros de estética, auditorios, universidades o restaurantes del mundo.
Uno de los principales motivos es la exigua variabilidad de los productos protagonistas, que se irán repitiendo de establecimiento en establecimiento, ingredientes estrella, auténticos retratos de la excelencia que comparten entre sí dos características.
Si le toca el cuponazo o le cae en gracia la herencia de algún familiar adinerado con una mina de oro en América y decide celebrarlo recorriendo una docena de los restaurantes más estrellados de Europa, se encontrará soñando con una tortilla de patatas al tercer día. Uno de los principales motivos es la exigua variabilidad de los productos protagonistas, que se irán repitiendo de establecimiento en establecimiento, ingredientes estrella, auténticos retratos de la excelencia que comparten entre sí dos características. La primera, que son universalmente considerados artículos valiosos, fuera de lo común. Y la segunda, que se pueden adquirir de forma regular, sin mayor impedimento que su coste, que no es poco. A modo de ejemplo, si tomamos la carta de uno de los restaurantes franceses que hace más tiempo que lucen en la fachada tres estrellas Michelin desde 1965, advertiremos que su oferta habitual se compone de foie-gras, trufas, bogavante (dos platos), vieiras, cangrejos, salmón, lubina, salmonetes, lenguado, aves de Bresse (tres versiones), pichón, pato, cordero y buey (dos cortes diferentes), más dos caprichos regionales: mollejas de ternera y caracoles.
Sin embargo, más allá del gráfico del lujo establecido también hay refinamiento y exquisitez. Especialmente en los márgenes del localismo y la temporalidad. Primero, porque lo que se oferta posee un precio comedido; y segundo, porque su fugacidad lo convierte en un elemento incómodo para un mercado que precisa estabilidad y regularidad. Y aquí aflora la contrariedad: ese género tan exclusivo, tan especial, realmente lo es cuando se accede a él de manera excepcional, porque su idoneidad para aportar placer no es mayor que la que aporta un ingrediente con menor reputación y coste. De hecho, si se abusa de él, se distorsiona la percepción que se tiene del mismo y llega a saturar. Y si no, pruebe a comer 10 días seguidos lechazo asado, besugo al horno o langosta. El lujo, además de en la calidad de lo que se ingiere, está en la opción de la diversidad, algo que abunda en los mercados y el recetario popular. ¿O acaso no son extraordinarios un tomate maduro con un buen chorretón de aceite de oliva, unas anchoas rebozadas, unas patatas con bacalao o unos huevos fritos de gallinas criadas en el campo? Tan magnífico como un pisto elaborado con pimientos de la zona, un potaje de legumbres locales, una escudella o un cardo rojo de la Ribera de Navarra en ensalada. Comer bien está más cerca de la sobriedad formada y sensible que de la abundancia irreflexiva. ¡No lo olvide!
Tofu de garbanzos con pisto de tomate
Ingredientes
Para 4 personas
El tofu de garbanzos
- 200 gramos de harina de garbanzos
- Un litro de agua mineral
- 200 gramos de leche
- Pimienta
- Sal
- Cúrcuma
El pisto de tomate
- 500 gramos de cebolleta fresca
- 4 puerros
- 2 dientes de ajo
- 200 gramos de tomate triturado
- 100 gramos de tomates secos
- Sal
- Pimienta
El acabado
- Albahaca fresca
- Queso rallado
Instrucciones
1. El tofu de garbanzos
Hidratar la harina de garbanzos durante una noche en agua mineral. Colar y reservar. Calentar la leche junto con la sal, la pimienta y una pizca de cúrcuma, que actuará como un colorante natural del tofu. Llevar la leche a ebullición y agregar la harina de garbanzos; cocinar sin dejar de remover durante 4 minutos a fuego bajo.
Servir sobre un molde previamente forrado con papel encerado. Extender bien y presionar para que esté bien compacto. Enfriar a temperatura ambiente.
3. El pisto de tomate
Cortar la cebolleta fresca y los puerros en juliana. Picar los dientes de ajo. Sofreír la cebolleta fresca, los puerros y los dientes de ajo hasta caramelizar. Agregar el tomate triturado y cocer durante 20 minutos a fuego bajo. Ir revolviendo de vez en cuando.
Verter agua hirviendo sobre los tomates secos e hidratarlos durante 50 minutos. Colar. Cortar en trozos no muy pequeños. Agregar los tomates secos al pisto de tomate y cocer durante 4 minutos a fuego bajo. Salpimentar al gusto.
5. Acabado y presentación
Cortar el tofu en cuadrados de 4 centímetros. En una sartén antiadherente con aceite de oliva, dorar por ambos lados. Calentar el pisto de tomate. En un plato hondo, disponer 4 trozos de tofu de garbanzos y cubrir con el pisto de tomate. Terminar con el queso rallado y las hojas de albahaca. Servir.
Calorías: La harina de garbanzo aporta unas 387 kilocalorías por 100 gramos de producto en crudo.
Macronutrientes: Este producto, obtenido de garbanzos secos triturados, es fuente de hidratos de carbono, fibra y proteína.
Micronutrientes: Destaca su contenido en vitaminas como B1, B6 y folato, y minerales como potasio, fósforo y magnesio.
Indicaciones: Este tipo de harina, a diferencia de la de trigo, no contiene gluten, por lo que es apta para celiacos.
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