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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Madrid vive y muere en la plaza Mayor

Frente a la casa de la Carnicería se aplicaba el garrote; frente a la casa de la Panadería, la decapitación

Jesús Mota

Mesonero Romanos describe con su sencillez habitual la conversión de la plaza del Arrabal en la plaza Mayor de Madrid: “El estado de deterioro a que había venido la plaza a principios del siglo XVII movió al rey don Felipe III a disponer su completa demolición y la construcción de una nueva, digna de la corte más poderosa del mundo. A este fin dictó las órdenes más convenientes a su arquitecto Juan Gómez de Mora, uno de los más aventajados discípulos de Juan de Herrera, el cual la dió terminada en el corto espacio de dos años (en el de 1619), ascendiendo su coste total a 900.000 ducados”. El cronista y costumbrista detalla que en sus cuatro frentes había “136 casas con 477 ventanas con balcón y habitación para 3.700 vecinos”. Así apareció en Madrid su plaza Mayor; en 2017 cumple 400 años.

Durante siglos se celebraban en la plaza las fiestas reales. Consistían en garbosos y sangrientos rejoneos de toros. En una de esas fiestas, siendo rey Felipe IV, lidió un morlaco Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, portando como divisa en el sombrero “Son mis amores reales”. Poco tiempo después Villamediana fue asesinado en el callejón angosto de San Ginés. Un crimen que los mentideros de Madrid (en las gradas de San Felipe) rápidamente relacionaron con su divisa taurina; se divulgó la especie, que Marañón considera falsa, de que el conde mantenía amores ilícitos con la reina, Isabel de Borbón. En los mentideros circuló una coplilla, atribuida por unos a Lope, por otros a Calderón, que zanjaba así el asesinato irresuelto: “La verdad del caso ha sido / que el matador fue Bellido / y el impulso, soberano”.

En la plaza Mayor se practicaban las ejecuciones públicas. Frente a la casa de la Carnicería se aplicaba el garrote; frente a la casa de la Panadería, la decapitación. Allí, ante la multitud empavorecida (para eso acudían a las ejecuciones) rodó la cabeza de Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, hombre fuerte del duque de Lerma. El refrán “más orgullo que don Rodrigo en la horca” falsifica pues la realidad. La plaza, vestida de terror, ha visto muchos autos de fe. El más aterrador aconteció en 1680: 12 horas de misa, sermón, lecturas de sentencias y 80 condenados asados en el brasero (21 de ellos vivos), bajo la atenta mirada de Carlos II, al pie del fuego desde las siete de la mañana hasta bien entrada la noche.

Después de 400 años y varios incendios devastadores (en el de 1631 murieron 12 personas), la plaza es hoy destino de paseo de madrileños, turistas, pedigüeños disfrazados y en permanente ajetreo debido a la instalación de carpas, muestras y demás banalidades contemporáneas. La plaza no se ha librado de la segunda neurosis de los nuevos Ayuntamientos: el horror al vacío. Los espacios urbanos tienen que estar siempre llenos, con objetos de dudoso gusto o directamente feos. Ahí está la contigua Puerta del Sol para demostrarlo. Por cierto, la primera neurosis es la tala de árboles.

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