Madurez interrumpida
He aceptado el dorsal para el maratón de Nueva York. Con 19 años era bastante más cabal.
Con apenas 19 años, un compañero de la universidad y yo viajamos a EE UU. Embarcamos en un vuelo de Pan Am. Las azafatas eran muy mayores y había gente fumando en el avión. En Nueva York, a pesar de no tener la edad legal, nos dejaban entrar en los bares y beber cerveza. En San Francisco, no. Ahí nos pasamos cinco días yendo al mismo tugurio, uno que un martes inopinado nos permitió el acceso. Probamos otros 20 y nos negaron la entrada a todos. Volvimos a este, y, como éramos pintorescos, nos recordaron y nos dieron cerveza. Pero el mayor shock sucedió en Nueva Orleans. Llegamos al YMCA y preguntamos dónde había un bar. Nos mandaron a uno al que se llegaba en tranvía. Allí pasamos la noche bebiendo y tratando de emular a un tipo que cogía el taco de billar como una lanza. Al cerrar el local, informamos al dueño de que íbamos a volver en tranvía, que parecía la forma más folkde desplazarse. “¡Estáis locos! ¡Os pueden matar!”, nos gritó. Quedamos estupefactos. “Nos podrán robar, supongo que quiere decir”, intervino mi amigo. “Os van a disparar. De aquí solo salís en el taxi de un amigo”. Eso hicimos y aún estamos vivos.
Esta semana me llamaron para ofrecerme un dorsal en el maratón de Nueva York. Amablemente, decliné la oferta. “¿No crees que puedas acabar?”, me preguntaron. “No solo es que no crea que pueda acabar, es que estoy convencido de que, si lo corro, voy a morir”, respondí. Al día siguiente llamé y acepté el dorsal. Con 19 años era bastante más cabal.
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