Los reyes del frío
Hace un tiempo del carajo y en los ascensores no se habla de otra cosa
Sé algo del frío. Mi madre evoca cada 11 de enero la helada de la noche en la que nací. El frío fue una de las estrellas de mi infancia en Lechago y Calamocha (Teruel). Yo dormía abrazado a una bolsa de agua caliente, entre mis padres o hermanos. En nuestra casa había pocas camas y así, apretados, las noches se volvían un poquillo más agradables. En 1970, durante varios días, rondamos los 24 grados bajo cero. El pueblo se congeló y cerraron la escuela. Menuda alegría. Cuando el frío era exagerado me hacía ilusión que, mientras me rascaba los sabañones, nombraran a Calamocha en el telediario. Lo vivía con un extraño orgullo, como si fuera una conquista muy trabajada.
Teruel ocupa un lugar muy destacado en la historia del frío mundial. Los relatos de la Batalla de Teruel en la Guerra Civil coinciden en señalar que el enemigo más cruel fue el frío del invierno de 1938. Los soldados disparaban al aire solo para entrar en calor. Unos 15.000 hombres sufrieron congelaciones. Muchos de ellos murieron o padecieron amputaciones.
El 17 de diciembre de 1963 Calamocha subió a lo más alto bajando a lo más bajo: 30 grados bajo cero. Algunos bares del pueblo enmarcaron la noticia de los periódicos. Ningún otro sitio de España puede presumir de algo así en los últimos 60 años.
Estos días hace un frío del carajo y en los ascensores no se habla de otra cosa. Pero muy mal se tiene que poner el invierno para que nos desbanquen del trono. Teruel podrá ser una provincia de lo más arrinconada, incomunicada, despoblada y desdeñada. Pero, al menos, aquí somos más fríos que nadie.
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