Entierro
ETA no está viva, pero por desgracia de vez en cuando se le sale un brazo o una pata de la tumba y chilla en plan fantasma pidiendo respeto y obediencia


¿Saben el del tipo que pasaba por un cementerio? De un túmulo reciente sale una mano descarnada y un grito: “¡Ayúdame! ¡Estoy vivo!”. El tipo pisotea la mano hasta volver a hundirla en el agujero, diciendo: “¡Qué va, hombre! Lo que estás es mal enterrado...”. ETA no está viva, aunque crean otra cosa los interesados en seguir agitando el espantajo para que les tomen en serio políticamente. Pero por desgracia tampoco está bien enterrada. De vez en cuando se le sale un brazo o una pata de la tumba, y chilla en plan fantasma, pidiendo respeto y obediencia. Como ya ha perdido mucha audiencia, intenta hacerse oír a través de sus representantes en el mundo de los vivos, o sea, los reclusos de la banda que aún mantienen la disciplina y sus herederos políticos que esperan algún reconocimiento publicitario forzando la amnistía o al menos cambios en la política penitenciaria. No han podido triunfar como verdugos y ahora pretenden ganar haciéndose las víctimas.
Proclaman que es el camino para conseguir la paz. Pero tropiezan con la dificultad de que la inmensa mayoría de los vascos ya están convencidos de vivir en paz, que no es el reino del amor al prójimo —sublime pero raro—, sino el cumplimiento de las leyes. La paz que reconoce la gente como tal es el cese de amenazas, crímenes y extorsiones; en cuanto a la reconciliación, no la hay mejor que ver a los malhechores castigados y aceptando la pena por sus delitos. Es deseable que los presos se resocialicen, pero no en la compañía de quienes celebran a los asesinos excarcelados como héroes populares sino entre los que pasan de ellos. Hoy se manifiestan otra vez en Bilbao, porque ETA quiere seguir viva. Que la entierren de una vez.
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