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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No es bueno bailar en Colombia si se vigila la paz

Cuatro observadores de la ONU son apartados por participar con las FARC en una fiesta de Año Nuevo

José Andrés Rojo
Algunos observadores de la ONU se unieron a una fiesta de Año Nuevo de las FARC.
Algunos observadores de la ONU se unieron a una fiesta de Año Nuevo de las FARC.RICARDO MALDONADO ROZO (EFE)

Metieron la pata. A algunos miembros de la Misión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la encargada de vigilar de cerca el alto el fuego y la entrega de armas por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), se les ocurrió en Nochevieja ponerse a bailar. El proceso de paz es largo y complicado. A los combatientes se los está reuniendo en diferentes campamentos como paso previo a su traslado a los lugares en los que se desmovilizarán definitivamente. En uno de ellos, en el departamento de la Guajira, durante la fiesta para celebrar la entrada de año algunos observadores de la ONU bailaron con algunas guerrilleras. La decisión de la Misión fue fulminante y, tras realizar la correspondiente investigación, tomó “la decisión de separar de su servicio a tres observadores presentes en la ocasión y a su supervisor directo”.

¿Exceso de celo de la ONU? Seguramente sí. ¿Tenía otra salida? Seguramente no. En cuanto la agencia EFE publicó las primeras imágenes, en las que se reconocían fácilmente los chalecos azules de dos observadores de la ONU en medio de la entrañable estampa de un grupo de parejas bailando agarradas, la oposición colombiana tensó los arcos y disparó las flechas. ¿Cómo era posible que los vigilantes establecieran semejantes proximidades con las vigiladas? La ONU reaccionó también rápido y con contundencia. Habló de un comportamiento “inapropiado” que no refleja “los valores de profesionalismo e imparcialidad de la Misión”.

Estaban celebrando la entrada de un nuevo año. Un nuevo año que llega con la promesa de que por fin los colombianos van a terminar definitivamente con más de medio siglo de guerra, violencia y destrucción. ¿Cómo renunciar a la invitación a participar de tanta alegría, tanta esperanza, tantos sueños de futuro? Seguro que a los observadores castigados ni se les pasó por la cabeza que menear el esqueleto fuera a torcerles el rigor con el que iban a desempeñar la tarea que les habían encomendado.

Muchos de los guerrilleros son tremendamente jóvenes, y aun así se animaron a irse al monte a pasar penalidades para acabar con el capitalismo y traer al hombre nuevo. Eso era, por lo menos, lo que querían las FARC de los principios: emular a los barbudos de Sierra Maestra, acabar con un orden injusto, inventarse una nueva moral. ¿Lo siguen pensando, con todo lo que ha pasado desde entonces, los actuales combatientes revolucionarios, esos jovencitos? ¿O fueron alistados con otras mañas y otras promesas? Sea como sea, ya fueran ellos mismos, o sus antecesores, eligieron la violencia. Mataron y secuestraron. Hubo víctimas.

Por eso los procesos de paz son complicados. Se camina por un alambre: un falso movimiento y todo se va al garete. Quizá por eso la ONU fue tan drástica. Es imprescindible, ante tanto dolor acumulado, avanzar con extrema prudencia. Pero solo queda en verdad un único camino, el de la paz.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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