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MIRADOR
Columna
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Desvelos

A Christine Lagarde le han precedido verdaderos rufianes, tendrá que esforzarse para estar a la altura

David Trueba
Christine Lagarde ante la Corte de Justicia de la República, en París, el pasado 12 de diciembre.
Christine Lagarde ante la Corte de Justicia de la República, en París, el pasado 12 de diciembre.Christophe Petit (EFE)

Si hoy es martes, viven ustedes en un país en el que el empresario responsable del fraude de venta masiva de entradas para una fiesta de Halloween que le costó la vida a cinco chicas, montará una macrofiesta de Fin de Año. Porque la inhabilitación y el destierro se reservan acá para los Unamunos. Y ha dimitido el empresario que, envalentonado por el alcohol y amparado en la manada de directivos, le propinó una humillante simulación de beso a la política andaluza Teresa Rodríguez. Ojalá que ninguna empleada con menos eco social haya tenido que tragar con bromitas semejantes del patrón. Pero quizá el más tremendo agravio nos lo acaban de propinar los tribunales franceses con la condena a Christine Lagarde. Ya puede lucir la directora del FMI un lamparón en su currículum. En su cargo le han precedido verdaderos rufianes, tendrá que esforzarse para estar a la altura.

El tesón de los tribunales franceses para perseguir un perjuicio al Estado ha sido definitivo para concluir el asunto que afectaba a Lagarde. Al parecer, no fue lo suficientemente vigilante para recurrir y evitar que el Estado tuviera que indemnizar al empresario Tapie con 400 millones de euros por daños morales, en lo que se considera una negligencia grave para una ministra de Finanzas. Los españoles se habrán quedado patidifusos si se paran a compararlo con tres casos recientes en nuestra jurisdicción. La indemnización por el fallido almacén energético del proyecto Castor, la sospechosa compra por una hundida Telemadrid de los derechos televisivos del Atlético y el Getafe y el rescate de las autopistas de peaje quebradas. Nadie discute la aparente legalidad de los contratos ni importa demasiado el nombre con que se bautiza a las maniobras, pero en la ventanilla de pago se respira una certeza, que los gestores estatales no velaban por los intereses económicos del país, sino más bien lo contrario.

El rescate de las autopistas ha proporcionado al pequeño empresario español un manual de cómo se firma un contrato con el Estado. Corran, corran a ver si consiguen condiciones iguales. Si la cosa sale bien te llevas los beneficios y si sale mal, que se lo coman los contribuyentes. A Christine Lagarde le hubiera encantado ser ministra de Finanzas en España, pero ha tenido la mala suerte de serlo en Francia. Entre nosotros la impunidad es un atributo que solo podría frenarse si los que tienen que velar por que no queden sin castigo los daños a las cuentas del Estado se arremangan y se enfrentan a un poder político omnímodo, que lo abraza y comprende todo.

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