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Tribuna
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Trump, el maestro titiritero y sus límites

Mientras todo quedaba en el campo de la retórica y las promesas, le fue bien; pero ahora tendrá que concretar y vendrá la frustración

Donald Trump, en un acto celebrado en marzo pasado.
Donald Trump, en un acto celebrado en marzo pasado. Evan Vucci

Cuatro días antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, leí el libro de Donald Trump titulado El arte de los negociación –un manual para artistas del engaño– que, como se ha visto después, es una versión actualizada de El Príncipe de Maquiavelo. Como al comienzo de la temporada de las primarias me había equivocado juzgando que la candidatura de Trump era un mero truco de marketing que sólo pretendía promocionar su marca, no quería cometer el mismo error en las etapas finales de la campaña. No puede decirse lo mismo, por desgracia, del equipo de Clinton, que obviamente no hizo bien su tarea. Si los asesores hubieran echado al menos un vistazo a El arte de los negocios, se habrían dado cuenta rápidamente de que la publicidad negativa no podía perjudicar al candidato republicano, para quien no hay publicidad que sea "mala". Para Trump era un objetivo en sí que mencionaran su nombre en Cable News, con independencia del contexto, pues eso le hacía más grande y, por lo tanto, le convertía en un ideal en el que la gente común podía atisbar sus propios sueños y sus deseos de grandeza inalcanzables.

Los EEUU ya tenían un presidente actor, Ronald Reagan, y ahora están a punto de tener un presidente de reality show, Donald Trump. Esto significa que se borra la línea de separación entre la fantasía y la realidad, pero también que la propia fantasía, aunque sea siniestra e inquietante, viene a dictar la realidad. Parafraseando a Platón podríamos decir que Trump va a ser el sofista-rey, un maestro titiritero que sabe cómo manipular las apariencias y cómo manipular su propia manipulación. Por ejemplo, al arremeter contra los medios de comunicación que le han convertido, literalmente, en lo que es hoy en día.

Los EEUU ya tenían un presidente actor, Ronald Reagan, y ahora están a punto de tener un presidente de reality show, Donald Trump
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En lugar de ceder a la desesperación ante el éxito actual del arte del engaño (después de todo, existe una tradición filosófica que considera que la política es un arte del engaño; Platón se apoya en esta conclusión para denunciar el ámbito político de las apariencias en su conjunto, mientras que Maquiavelo se basa en ella para enunciar las pautas a seguir en la búsqueda del éxito político), me gustaría destacar dos de sus limitaciones intrínsecas y una inesperada implicación positiva.

Primero. Hay que tener en cuenta que en el caso del ascenso político de Trump, el medio no es el mensaje. La forma que utiliza es decididamente postmoderna, a saber, la construcción mediática de la realidad. Pero el contenido es hipermoderno: acepta la industrialización y el nacionalismo excluyentes. Inevitablemente, esta contradicción, cuyo poder Trump ha aprovechado y ha manejado hasta el momento, se resolverá a favor de uno u otro extremo en el proceso de normalización posterior a las elecciones. ¿Qué sucederá cuándo el así llamado “movimiento” político que llevó al poder a Trump culmine en una estructura de gobernanza, tipo Politburó, estática y homogénea -todos machos/todos blancos- y la nueva administración se convierte en una de las menos transparentes, más secreta, de la historia de los Estados Unidos? ¿Dónde estará el elemento postmoderno de su auto-presentación?

A la hora de concretar en decisiones, dadas las contradicciones internas que ha estado cultivando, Trump no tendrá otra opción que la de fracasar

Segundo. Todas las promesas contradictorias que ha hecho Trump en la campaña tendrán que dejar paso a decisiones de política reales, empezando por la elección del Gabinete, que no parece que vaya a estar compuesto por políticos marginales. Al realizarse, algunas posibilidades se quedarán por el camino. Con ello Trump perderá la baza de su capacidad de eludir las posiciones concretas. La cuestión es que, dadas las contradicciones internas que ha estado cultivando, Trump no tendrá otra opción más que la de fracasar. La misma estrategia que le llevó a ser elegido se volverá se contra él en el período de su mandato. Una cosa es romper algunas promesas electorales, pero otra cosa muy distinta es romper las promesas precisamente a la hora de realizarlas.

La implicación positiva de la presidencia de Trump va en la misma línea que la apuntada por Slavoj Zizek en algunos de sus análisis recientes. Los comentaristas nos advierten del peligro de que la política de Trump mientras tenga el timón de los EE.UU. puede provocar un "desastre para el planeta", una derrota segura en la lucha contra el cambio climático, un desastre para los más pobres y vulnerables, un desastre en las relaciones interraciales ... Pero se olvidan de que el acuerdo sobre el clima de París es demasiado escaso y llega ya demasiado tarde como para hacer de nuevo el mundo habitable, o de que los salarios hace tiempo que no han aumentado y de que las relaciones interraciales han llegado a un nuevo mínimo bajo la presidencia de Obama. Lo que la elección de Trump indica es que se han caído las pantallas ideológicas que ocultan estas y otras catástrofes no mitigadas y que no podemos alegrarnos de presuntas victorias mientras nos dirigimos a toda velocidad hacia el colapso ambiental y social. Así es como la ficción que se vuelve consciente hace que la propia realidad negada se vuelva real.

Michael Marder es doctor en Filosofía e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco

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