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De niña beneficiaria a trabajadora de Unicef

La empleada más veterana del Fondo para la Infancia de la ONU en España narra su experiencia

Rosa Ordóñez cuando era una niña, y en la actualidad.
Rosa Ordóñez cuando era una niña, y en la actualidad.UNICEF
Pablo Linde
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Corrían los años cincuenta cuando, de mala gana, Rosa se tomaba aquella leche en el patio del colegio de San Isidro del madrileño distrito del Retiro. No sabía ni que servía para suplir las carencias nutricionales que muchos niños de la época padecían ni de dónde salía aquel líquido blanco, algo insípido y demasiado frío para su gusto. Cuando estaba terminando el bachillerato, Rosa Ordóñez encontró un trabajo para sacarse un dinero extra. Unicef hacía unos concursos de dibujo para niños y necesitaban personal que los recogiera por los colegios. Era 1974 y desde entonces no ha dejado de trabajar para esta organización. Hoy, con 59 años, es la más veterana del comité español del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.

No fue hasta años después, cuando ya era empleada fija de la ONG, cuando descubrió que aquella leche que tomaba de pequeña era precisamente una donación de Unicef. Aquello para lo que trabajaba recaudando fondos, paliar las carencias de salud, educación o nutrición en los países en desarrollo, era precisamente lo que había recibido entonces. “Un día, hablando con Juan Bosch, que fue presidente del Comité, me recordó aquellas raciones diarias y me contó que eran parte de una donación de 300 millones de kilos de leche en polvo que se fueron administrando a lo largo de 12 años”, relata en las oficinas de la organización en Madrid.

Toda una vida ligada a Unicef. En todo este tiempo, Rosa ha visto cómo la sociedad ha cambiado, cómo aquel anticuado concepto de caridad que la mayoría de los donantes tenían en mente, se ha transformado en conciencia de justicia. Lo sabe de primera mano porque en toda su trayectoria ha estado ligada al departamento de recaudación. “Antes existía esa mentalidad de dar algo al niño pobre; ahora la gente busca un mundo con más equidad y derechos para todos”, cuenta.

Lo que no ha variado, ni antes ni ahora, es el “esfuerzo” que ve en muchas personas para aportar algo. Cuenta con orgullo la fidelidad que caracteriza a sus socios, con una media de permanencia de entre nueve y once años, “algo fuera de lo común en el sector”. Con el mismo entusiasmo narra la entrega de la sociedad española ante cualquier emergencia: “Tenemos datos de todos los comités y siempre estamos segundos o terceros, por detrás de Japón, pero por delante de países como Estados Unidos o Alemania, incluso en los peores momentos de la crisis”. A quienes todavía se muestran recelosos por no tener claro dónde irá el dinero que aportan, ella siempre responde lo mismo: “El que no va a ningún lado es el que no se ingresa”. Y acto seguido les hace un relato de todo el proceso de rendición de cuentas que hacen anualmente, cómo mandan a cada socio un completo informe que explica pormenorizadamente a qué se ha destinado cada euro.

Antes había esa mentalidad de dar algo al niño pobre; ahora la gente busca un mundo con más equidad y derechos para todos

En los 42 años que lleva trabajando con Unicef ha visto de todo. Recuerda con especial cariño un viaje al terreno que hizo hace algo más de tres lustros. Fue a Marruecos a visitar in situ uno de los programas de la organización para llevar agua a una población y cómo esto cambió radicalmente la vida de sus habitantes. “No solo es que tengan acceso a este bien de primera necesidad; es que esto hace que las mujeres puedan dedicar tiempo a tareas más valiosas, que se las respete más, lo que redunda positivamente en los niños, en su educación y su futuro”, explica entusiasmada.

Su viaje fue fruto de una iniciativa de la organización para que todos los trabajadores puedan observar sobre el terreno el fruto de su trabajo, ya sea comunicando, recogiendo dinero, haciendo labores administrativas… “Ya somos muy conscientes de lo que hace Unicef porque la comunicación aquí fluye sin cesar, tenemos reportes, vídeos… Pero nada como ir allí donde suceden las cosas para comprobarlas y darte cuenta de la suerte que tienes por nacer en un lugar determinado”.

A la vuelta, cuenta, el trabajo es todavía más motivador; encantada de contribuir en un entorno de gente cada vez más profesional y motivada, un gremio “especial”. “Lo notas incluso en los captadores que tenemos en la calle. Son una valiosa fuente para atraer a socios. Y ahora están muy preparados; en las formaciones nos preguntan sobre aspectos muy específicos que a veces no sabemos ni cómo contestar sin comprobarlo en nuestros documentos”.

Desde que tomaba leche en el patio de su colegio hasta hoy muchas cosas han mutado. España ya no tiene que recibir ayuda internacional para la nutrición de su infancia, aunque los propios informes de Unicef revelan que la situación de los niños en el país no pasa por su mejor momento. Pero Rosa, optimista por naturaleza, se queda con lo positivo, con otros estudios, los que muestran cómo hay menos menores de cinco años falleciendo cada año por causas evitables. Y, con estos datos, le sale su faceta recaudadora y anima a quien la oiga a seguir aportando para que, algún día, este número baje hasta cero.

Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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