«Alicia recogió el abanico y los guantes y, como hacía mucho calor en la sala, se puso a abanicarse todo el tiempo que hablaba: «¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué extraño es todo hoy! ¡Y ayer, en cambio, era todo normal! ¿Habré cambiado durante la noche?».«Al cabo de un rato, vieron a distancia a la Falsa Tortuga, muy triste y sola, sentada sobre una roca, y en cuanto se acercaron, Alicia la oyó suspirar —como si se le partiera el corazón— y la compadeció profundamente.
—¿Cuál es su pena? —preguntó al Grifo».
«Alicia empezó a contarles sus aventuras desde el momento en que vio por primera vez al Conejo Blanco. Al principio se sentía algo nerviosa, por tener a las dos bestias tan pegadas, una a cada lado, con sus bocas y ojos desmesuradamente abiertos; pero, a medida que avanzaba, fue cobrando valor».«Y ese es el estrado del jurado —pensó Alicia—, y esas doce criaturas —(si recurrió a tan vaga denominación fue porque había de todo, con predominio de pájaros y bestias)— serán los ponentes del jurado». «—¡Billetes, por favor! —dijo el inspector asomando la cabeza por la ventanilla.
Cada cual, al instante, tendió su billete: los billetes eran más o menos del tamaño de la gente y se diría que casi llenaban el vagón».
«Alicia se quedó callada durante uno o dos minutos, cavilando. Mientras tanto, el Mosquito se entretenía zumbando y revoloteando por su cabeza». «¿Qué le importaba entonces que los juncos, desde el instante mismo en que los había arrancado, empezaran a ajarse y a perder parte de su aroma y su belleza? Sí, ¡ya se sabe!, hasta los juncos realmente olorosos duran tan poco…».«Alicia seguía sacudiéndola y la Reina, entretanto, se hacía aún más pequeña… y más gorda… y más suave…y más redonda… y…».«Alicia se puso a rebuscar entre las piezas de ajedrez hasta que dio con la Reina Roja: se arrodilló luego sobre la alfombra, y colocó a Mino y a la Reina frente a frente.
—¡Bien, Mino! —exclamó batiendo palmas, con aire de triunfo—. ¡Confiesa lo de tu transformación en Reina!».