Rebeca Grynspan, la guardiana de Iberoamérica
TAN PRONTO SE queda pensativa como suelta una carcajada. Con la mirada fija y la sonrisa en los labios, Rebeca Grynspan (San José de Costa Rica, 1955) utiliza la pasión durante sus contestaciones para transitar sin problemas de los temas más humanos a los términos económicos más áridos sin que por ello pierda la atención de sus interlocutores. Una forma de hablar sin duda necesaria cuando se está al frente de la Secretaría General Iberoamericana (Segib), que ha celebrado este año el cuarto de siglo de historia de cumbres iberoamericanas con la reunión que ha tenido lugar este fin de semana en Cartagena de Indias (Colombia).
Grynspan es la antítesis de la imagen burocrática de quien se dedica a la colaboración internacional. Detrás de cada término económico hay personas a las que ayudar y ministros de Economía a los que convencer. Para esta costarricense acostumbrada a romper techos de cristal, esto no es un problema porque habla su mismo idioma. Dirigió la economía de su país y fue vicepresidenta para convertirse a continuación en una de las mujeres que han llegado al cargo más alto ocupado, hasta ahora, por una fémina en Naciones Unidas: la secretaría general adjunta.
Se lo tengo que preguntar: ¿Iberoamérica o Latinoamérica? Yo, Iberoamérica. Pero creo que son términos distintos. Latinoamérica es un concepto geográfico, Iberoamérica es una comunidad cultural. Es cierto que es difícil de aclarar esto todo el tiempo. Cuando yo hablo de Iberoamérica me refiero a una comunidad construida de abajo arriba, por la gente, las empresas… No ha habido una decisión política previa, sino que la decisión política responde a una existencia previa de una comunidad cultural.
“Hay quienes apuestan por el aislacionismo y la fragmentación, y otros, por la acción multilateral. Lo que no sabemos es qué visión se impondrá”.
¿Y no se siente como Don Quijote contra los molinos tratando de explicar esto? [Ríe] A veces. No lo niego. Pero recuerde: los grandes proyectos siempre hay que explicarlos. En un mundo donde el aislacionismo y la fragmentación buscan identidades por exclusión, en realidad todos nosotros somos muchas cosas a la vez. Yo no tengo que dejar de ser costarricense para ser iberoamericana, latinoamericana, centroamericana… Ahora que vivo aquí incorporaré la identidad española… y seguiré siendo tica.
En esa suma de identidades, usted nació en un país sin Ejército, Costa Rica, lo cual es un contraste en América Latina, y se marchó a estudiar a un país, Israel, donde el Ejército es un vertebrador de la sociedad. ¿Cómo vivió ese cambio? Me impresionó mucho, la verdad. Llegué en 1974 y lo primero que me sorprendió fue ver a los jóvenes con armas y con sus uniformes por las ciudades. Fue un contraste muy fuerte para mí. Pero, como nos sucede a todos cuando salimos del cascarón, esa experiencia me ayudó a crecer muchísimo, porque al final uno se enfrenta consigo mismo. No están ni tu madre ni tus amigos, no tienes a nadie que te diga lo que está bien o mal.
Su currículo dice que usted es una economista pura y dura, pero en su ejercicio profesional siempre ha ligado sus conocimientos a la actividad social. ¿Cuándo descubre o decide cómo quiere emplear su conocimiento en economía? Mi tránsito por la Universidad no se centró en esta materia. Lo primero que estudié fue trabajo social y luego me decanté por los números y la sociología. Siempre creí que la economía no estaba solamente para analizar el presente, sino para utilizar sus herramientas con el fin de conseguir un mundo mejor.
¿Cuál fue el primer momento en el que usted se dio cuenta de que la economía bien aplicada podía mejorar la vida de la gente? [Guarda un instante de silencio] Estudié un máster de desarrollo económico en Inglaterra. Los textos que leía y el estudio de las distintas trayectorias de los países me hicieron darme cuenta de la existencia de diferencias. Es ver cómo países con momentos iniciales similares terminaban en lugares distintos. Y ahí es donde se demuestra que la combinación de políticas diversas establece una diferencia, por ejemplo, entre el índice de desarrollo humano de un país y el de otro. Fue la primera vez en que tuve una clara conciencia de cómo la aplicación de una política pública y de la economía podía dar resultados tan distintos para la gente.
¿Y la primera vez en la que usted firmó algo y pensó: “Esto va a mejorar la vida de las personas”? Cuando fui viceministra de Finanzas en Costa Rica y me tocó lidiar con la negociación salarial. Era tripartita: sector público, privado y sindicatos. Estábamos tratando de cambiar el método por el cual se fijaban los salarios y resultaba algo muy complicado. A mí me parecía que se trataba de aplicar una fórmula, pero durante las conversaciones me di cuenta de que había muchas consecuencias para los distintos grupos de trabajadores.
“queremos que, en 2020, unos 200. 000 jóvenes latinoamericanos tengan una experiencia educativa fuera de su país”.
Probablemente este sea el momento de la historia donde existen más organismos multilaterales, pero a la vez el mensaje aislacionista está calando en electorados de todo el mundo. ¿Vive un momento de desprestigio la colaboración internacional? Recuerdo que cuando cayó el muro de Berlín participé en una reunión en donde muchos éramos muy optimistas sobre el fin de la Guerra Fría y la llegada de un mundo más pacífico. Sin embargo, una persona allí presente expresó que, al contrario, tenía más temores porque el mundo iba a ser multipolar, y eso no significaba que fuera más multilateral. Dijo que se corría el riesgo de que todo se fragmentara y hubiera un mayor conflicto. Recuerdo que pensé: “Qué pesimista”.
¿Y tenía razón? La cuestión sigue abierta. Lo que vemos hoy son dos tendencias. Hay quienes apuestan por el aislacionismo y la fragmentación y, por otra parte, hay elementos que nos muestran una capacidad muy grande de la acción multilateral. Podemos poner ejemplos de ambos. Tenemos el Brexit o el fracaso de las conversaciones en Siria, pero también el gran acuerdo mundial de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible o el acuerdo sobre el cambio climático. Lo que no sabemos es qué visión se impondrá. Necesitaremos más tiempo.
Y en esta reubicación de actores internacionales, ¿dónde juega la Segib? Las relaciones internacionales se mueven en un esquema de bloques de países negociando algo, pero un mundo concebido de esa manera es una contraposición de intereses. En cambio, nosotros presentamos un proyecto de comunidad. El espacio iberoamericano no tiene sentido si pensamos en él como el bando de la península Ibérica y el de Latinoamérica. Para bloques, ya tenemos otras organizaciones. Nuestra propuesta son 22 países que se relacionan entre sí de manera horizontal y simétrica. No es un espacio para la contradicción, sino para la unidad. Para estar en lo que nos une y no en lo que nos separa. Lo importante de esta organización es que, además de la lengua y la cultura, hay una relación muy intensa entre la gente.
La renta per capita del planeta es la mayor de la historia, pero la desigualdad también ha tocado techo. ¿Cómo se puede convencer a los países ricos de que ellos también tienen un problema? No entiendo cómo no están convencidos. Le pongo el ejemplo de las migraciones. No entiendo cómo la ciudadanía no se da cuenta de que es imposible vivir en sociedades homogéneas. Una de cada siete personas en el mundo no vive en el lugar donde nació. Y esto no lo va a parar nadie. Sin duda alguna, viviremos en ciudades que necesariamente tendrán grupos humanos con orígenes, religiones y características muy diversos. La diversidad está siendo ahora mismo un elemento de discriminación y desigualdad. No hablamos solo de ingresos, sino de lo que se conoce como desigualdad horizontal, por el origen o por el sexo. Desde la Segib hemos insistido mucho en luchar contra la generación de ciclos que lo que hacen es transmitir la pobreza. Hay que reconocer al otro desde la cultura y tratar de recuperar la cohesión social para hacer una sociedad menos desigual.
¿Qué es peor? ¿Cuando no hay leyes sobre discriminación o igualdad o cuando existen pero no se cumplen? El que la ley exista no significa que la igualdad se dé. Eso es totalmente cierto, pero mi generación ha visto el cambio porque la legislación nos ha ayudado. Es cierto que no hemos llegado donde estas medidas garantizan que tendríamos que llegar, pero también es verdad que he visto una evolución tremenda durante toda mi vida. Por ejemplo, en la posición de la mujer en el panorama político de mi país. Tuvieron que pasar 25 años desde que se aprobara una ley de igualdad hasta que llegamos a tener una presidenta en Costa Rica, pero entre medias hubo que introducir cuotas de igualdad.
¿Usted defiende las cuotas? Sí. Me parece que, cuando no las hay, desaparece la estabilidad en la representación de las mujeres en los Parlamentos y en los partidos. Los países sin cuotas a veces tienen mujeres en sus puestos más altos y a veces no. Y por tanto no se construye una historia de presencia para que efectivamente pueda haber un cambio cultural en la sociedad, por eso yo defiendo las cuotas.
Los problemas de género, medio ambiente, desigualdad o desarrollo no son solo de países en crecimiento.
Echando un vistazo a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU se llega fácilmente a la conclusión de que ningún país del mundo –ni desarrollado, ni en vías de desarrollo– los cumple. ¿Cómo convencer a los ricos de que tienen las mismas necesidades que los pobres? Los Objetivos de Desarrollo Sostenible son algo universal. Los problemas de género, medio ambiente, desigualdad o desarrollo no son solo de países en crecimiento. El que se haya acordado una agenda común para todos es un gran avance. Pero también es cierto que la política en los países desarrollados no ha cambiado. Estos muchas veces solo hablan de la necesidad que tienen los países en vías de desarrollo de cumplir los objetivos y no se dan cuenta de que también les afecta a ellos. Es la verticalidad de la ayuda al desarrollo. Pero todos tendrán que rendir cuentas ante la ONU de cómo van a cumplir lo acordado.
¿No trata de abarcar demasiado? Yo no pondría como señal de éxito el que los países cumplan o no con todos los puntos de la agenda de aquí a 2030. No creo que sea posible, pero pienso que gracias a esta iniciativa podemos avanzar, y eso es muy importante. Si no fuera por los ODS, muchos países no se moverían.
Elija un solo objetivo que se pudiera cumplir para absolutamente todo el mundo. El de acabar con la desigualdad.
¿Es el principal problema de la comunidad iberoamericana? Sí. La desigualdad extrema. Muchas veces la gente confunde diferencia con desigualdad. Y la desigualdad es la incapacidad que tiene la sociedad de darle las mismas oportunidades a la gente. Cuando la desigualdad crece en el tejido social y hace que grupos muy poderosos puedan cooptar las decisiones políticas, y esto daña la democracia. Es un fenómeno muy serio. La lucha contra la pobreza tiene que estar acompañada de la lucha contra la desigualdad. Sin duda.
A veces la política, como la economía, tiene mala fama…
[Ríe] A veces, tampoco hay que generalizar…
Queremos eliminar todas las normas legales que supongan cualquier discriminación por sexo.
Todos estos grandes planes, agendas internacionales, estrategias…, ¿al final la gente ve cómo esto afecta verdaderamente a su vida? Por eso mismo es tan importante la cumbre iberoamericana. Porque tiene sentido para América. Por eso aspiramos a objetivos muy concretos. Una de las cosas más importantes que hemos logrado es que muchos países hayan aceptado un convenio común de Seguridad Social. Personas que han vivido y cotizado en diferentes países sin poder cobrar pensión tomando por separado cada una de esas cotizaciones, ahora pueden tener una remuneración. Esta medida es muy concreta y mejora la vida de la gente. A ese tipo de cosas aspiramos.
¿Y qué busca de concreto la Cumbre de Cartagena? Iberoamérica va a liderar un programa para eliminar todas las leyes de discriminación respecto a las mujeres. Todavía existen hoy en nuestros países leyes que prohíben a las mujeres acceder a ciertas profesiones, incluso a pedir un crédito, permisos de trabajo o por maternidad… Queremos eliminar todas las normas legales que supongan cualquier discriminación por sexo. También vamos a incidir en temas sobre juventud y educación.
Una obviedad que a menudo se pasa por alto es que Latinoamérica es muy grande y que los intereses de cada país son muy diferentes. Y usted llega tratando de convencerles a todos de que ahora toca discutir de discriminación femenina, educación y juventud. Pero seguro que eso no está en las prioridades de algunos Gobiernos. Hay varias estrategias. Lo primero es no abarcar mucho. Podemos generar conciencia, pero cada país tendrá que tomar sus medidas correspondientes. Nosotros empujamos la agenda. Nos queremos centrar en la educación terciaria [universitaria] y hemos lanzado un programa de movilidad académica en la región. Se llamará Campus Iberoamérica. Queremos que, en 2020, unos 200.000 jóvenes tengan una experiencia educativa en otro país.
Colombia necesita no solo de la solidaridad verbal de la comunidad internacional, sino de la solidaridad real.
¿Un tipo de Erasmus latinoamericano? Sí, pero [ríe] la UE nos regaña si lo llamamos así porque el nombre está patentado. Hemos comprobado que los jóvenes que han vivido esta experiencia tienen más empleo y están mejor pagados. También buscamos que profesores e investigadores puedan disfrutar de este proyecto. Además, queremos que las empresas iberoamericanas abran programas de prácticas para estudiantes.
¿Y hay buena recepción? Más de 500 universidades se han unido al plan de movilidad estudiantil.
¿Cómo observa el proceso de paz en Colombia? Tiene una trascendencia enorme. Siendo centroamericana, lo entiendo todavía mejor. Esto no es una cosa a corto plazo. Los dos primeros años son críticos. Colombia necesita no solo de la solidaridad verbal de la comunidad internacional, sino de la solidaridad real. Unir el territorio que ha estado en conflicto es una tarea gigantesca. El sector privado iberoamericano tiene que estar presente. También la ayuda al desarrollo. Es un esfuerzo muy iberoamericano.
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