Renée López de Haro, la periodista que nos enseñó a vestir
De los ‘hippies’ a los ‘hipsters’; de la alta costura a la democratización del estilo, Renée López de Haro ha sido una catedrática de moda desde EL PAÍS.
EL MISMO día que mataron a Kennedy, Renée Wolfe cumplió 20 años. Era una niña bien criada entre Florida y Nueva York que había llegado a Madrid para estudiar tercero de Filosofía. “Me consideraba la fan número uno de JFK. Había conducido a EE UU hacia la modernidad. Y Jackie era la mujer con más estilo del planeta. Todas queríamos ser como ella. Su muerte nos machacó”.
En 1963, miss Wolfe sabía poco español, nada de periodismo y menos aún de moda. “Aquí las señoras iban muy arregladas; la mayoría tenía modista y las únicas revistas femeninas eran de patrones. Por contra, los hombres iban uniformados de un gris sombrío. No había más diseñadores que los grandes de la costura que desfilaban cada temporada para la alta sociedad: Balenciaga, Pertegaz y Elio Berhanyer. Esa era la moda de España”.
“EN ESTADOS UNIDOS EXISTÍA LA TRADICIÓN DE QUE LOS PERIÓDICOS SERIOS TUVIERAN UNA SECCIÓN DE ESTILO MUY PRESTIGIOSA”.
Cuando al final de aquel curso regresó a Estados Unidos y dejó un novio en España, Renée ya tenía la intención de volver. Lo haría dos años más tarde, tras concluir su grado en Liberal Arts y pasar un par de años en la ONU de U Thant. En 1966 se casó y adoptó el apellido de su cónyuge. Era una pareja moderna. De luna de miel dieron media vuelta al mundo en un viejo carguero. Se afincaron en Madrid. Y ella empezó a buscar trabajo. ¿Pero de qué?
La respuesta cayó del cielo en forma de anuncio en el Abc. Un matrimonio estadounidense asentado en la capital necesitaba una secretaria. Consiguió el empleo. Sus patrones eran Fergus Reid Buckley y Betsy Howell. Una pareja explosiva en la España de la autarquía. Reid, miembro de una patricia familia de la Costa Este, era novelista, editor y especulaba con petróleo. No era rico, pero lo parecía. Elizabeth, Betsy, era diseñadora, decoradora, promotora teatral y escritora. Y muy popular en el mundillo de la bohemia, entre cuyas estrellas reclutaba a sus amantes. Y estaba dotada de una inmensa elegancia. Íntima de otra americana mítica en el Madrid de los sesenta, Aline Griffith (condesa de Romanones y agente de la CIA), esta le consiguió un puesto de relumbrón: corresponsal de la revista de moda Harper’s Bazaar (la más prestigiosa cabecera de estilo, fundada en 1867) en la capital. En la mansión de los Buckley, sus fiestas reunían, entre otros, a dos toreros retratados por Hemingway, Antonio Ordóñez y Dominguín; la actriz Ava Gardner, millonarios del franquismo e intelectuales comunistas.
“A comienzos de los setenta, Betsy se escapó con un fotógrafo y su matrimonio voló por los aires”, recuerda Renée, “y a mí me propusieron quedarme con la corresponsalía de Harper’s. No tenía ni idea de moda; tampoco era periodista; tuve que aprender a marchas forzadas. Siempre he sido una obrera. Pero tampoco me pillaba de sorpresa: en EE UU existía la tradición de que los periódicos serios tuvieran secciones de estilo muy prestigiosas: el New York Times tenía su women’s news department desde 1946, lo que en España parecía una locura. Y tampoco el trabajo para Harper’s era de romperse la cabeza; había que cubrir la alta costura y muchos reportajes los pagaba el régimen para dar buena imagen en el exterior. Cuando llegué a la revista, en 1971, aterrizó en la dirección, en Nueva York, James Brady, un marine; un duro. Y le propuse un reportaje con la nieta de Franco. Hicimos las fotos en el Pardo. Después, el marqués de Villaverde (yerno del dictador) nos invitó a comer para tener su cuota de protagonismo. Y, tras unas copas, nos metió en su hospital para que viéramos cómo operaba a corazón abierto. Inenarrable”.
“En un periódico con tantos periodistas sesudos, donde mandaba la política, se me trató con respeto, aunque fuera algo exótico”.
Renée López de Haro había llegado por sorpresa al mundo de la moda. Se iba a convertir en la referencia del periodismo de estilo en España. Con rigor, sentido del humor y siempre fuera de foco. “Odio el front row y el famoseo; soy una curranta”. A lo largo de cuatro décadas, daría a conocer a los lectores un universo que evolucionaba en paralelo a las transformaciones políticas, sociales y económicas del país. De los hippies a la movida; de los yuppies a los hipster; de los diseñadores franceses a los japoneses; de los modistas ermitaños a los creativos estrella; del terno gris a la “arruga es bella”, que uniformó a los bisoños socialistas; de las maniquíes sin nombre a las top model de 10.000 dólares la sesión; de las aristócratas al frente de las firmas a la asepsia de los showroom; de los maestros de la costura a la democratización del vestir; de las franquicias que devaluaron las casas de moda (de Dior a Gucci) al control del negocio por los imperios del lujo (LVMH o Kering); de las diapositivas a Internet; de las sacerdotisas, como Suzy Menkes, a las blogueras. Y todo desde las páginas de El País.
La aventura de El País Semanal comenzó para Renée tres años antes de que el nuevo diario llegara al mercado. “En 1973 conocí al diplomático Ignacio Camuñas, que estaba preparando una revista que se iba a llamar Gentleman. La iba a pilotar Juan Luis Cebrián, que no tenía ni 30 años. Le fui a ver; me encontré con un visionario. Me conquistó. Pretendía hacer un producto fresco, actual, abierto, distinto, de tipo americano. Estuvimos hablando de magacines como GQ o Esquire, que incorporaban los mejores reportajes del nuevo periodismo; que podían hablar de las atrocidades de Vietnam y, al tiempo, llevar una sección muy potente de estilo de vida. La publicidad de Gentleman decía: ‘¿Se puede ser divertido y serio al tiempo?’. Fue una bomba y, quizá por eso, en junio de 1974 la dictadura la secuestró y el sueño se esfumó”.
pulsa en la fotoARMANI, EN PORTADA (30.10.1983) Armani tenía 49 años y había resucitado el estilo italiano, rediseñado la imagen masculina y conquistado el mundo. Renée le entrevistó en albornoz. Fue la primera portada de moda de EL PAÍS.César Lucas
Renée iba a aplicar el concepto que había pergeñado junto a Cebrián en Gentleman cuando fue fichada por él dos años más tarde para crear una sección de moda en el neonato El País Semanal. “Me dio total libertad. Se trataba de hacer un acercamiento diferente a la realidad. Y en un periódico con tantos periodistas sesudos, y donde mandaba la política, siempre se me trató con respeto, aunque fuera algo exótico. No lo tuve fácil para hacer cada semana una producción. No había fotógrafos. Tampoco había acceso a las colecciones, ni diseñadores, pasarelas, desfiles, boutiques, peluqueros, maquilladores, modelos, estilitas… Nada de nada. Y yo tampoco era una experta. Pero aprendí. La base del periodismo es la curiosidad, y yo he sido una eterna curiosa. Quería saber cómo funcionaba la moda, cómo era el negocio. Me empezaron a invitar a París, a Alemania, a las ferias, a visitar la industria del tejido.
Aprendí. Y conocí de cerca a los modistas. Algunos, como Tom Ford, han llegado a ser grandes amigos. Pero entonces no todo el mundo entendía lo que hacíamos. Hay que volver a octubre de 1983, cuando El País Semanal le dio su portada a Armani, lo que supuso una revolución. Yo luché por ella. Me había dado cuenta de que en la moda nada pasaba por casualidad; una colección no era una revelación divina de un gurú, sino que había años de preparación. El problema es que en España era percibida como algo frívolo, cuando en Francia o Italia era una industria. En España (hasta la llegada de Zara) había diseño, pero faltaba músculo industrial y canales de distribución. Y el primero que tocó todos los palos fue Adolfo Domínguez, a mediados de los setenta. Y los viejos modistas le miraron como a un apestado. Ahora Zara o Mango se basan en esa premisa.
Bajo la batuta de René, la moda de El País Semanal comenzó a relatar los cambios sociales. Todo fue muy rápido. Entre 1976 y 1985 hubo una avalancha de talento. Llegaron los diseñadores. El primero, Jesús del Pozo. Y detrás, Montesinos, Verino, Toni Miró, Manuel Piña o Agatha Ruiz de la Prada. La Pasarela Cibeles se estrenaba en 1985. Y Armani y Versace abrían tienda en Madrid, seguidos por Hermès, Chanel y Dior. La moda comenzaba a ser una locomotora. Que producía modelos, fotógrafos, peluqueros y estilistas, gabinetes de comunicación y una amplia panoplia editorial que entraría en crisis a partir de 2000, en plena era de Internet. A partir de ese momento, cada cual podía ser periodista de moda desde su casa.
López de Haro se ha ido enfrentando a la pérdida del papel del periodista de moda sin renunciar a su elegancia. Reconoce que Internet ha sido clave “para tener la información en tiempo real de los grandes desfiles. Sin embargo, asistir en persona continúa siendo decisivo para hacer relaciones y pulsar el ambiente. Y por otro lado te permite tocar los tejidos, ver cómo caen las prendas, cómo suenan, cómo se mueven. Y en cuanto a las blogueras…, hay de todo. Las que han estudiado y saben de lo que hablan, y las que se pasean por los desfiles y las marcas les regalan un bolso. Hay sitio para todas. Lo que tengo que decir lo digo en El País Semanal”.
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