_
_
_
_

‘Star Wars’ y la tabla periódica

ilustración de señor salme

CREO QUE NOS costaría mucho encontrar en todo el planeta a alguien ajeno al imaginario de La guerra de las galaxias (o Star Wars), esa que sucede en una galaxia muy, muy lejana. Inventarse una mitología como hizo George Lucas implica tirar de imaginación para crear toda una serie de mundos, personajes y razas. Para la historia no se calentó tanto la cabeza, ya que sigue los patrones de un wéstern clásico, cambiando los colts por espadas láser. Toda la base ideológica de La Fuerza no es más que un batiburrillo de filosofía oriental como el zoroastrismo y el taoísmo. ¿Les suena lo del maniqueísmo entre el bien y el mal? ¿La Fuerza buena y El Lado Oscuro malo? De hecho, más que ciencia-ficción parece espiritualidad ficción. Si no, ¿cómo explicar que, en un universo hipertecnificado, cuando Luke Skywalker tiene que cargarse la Estrella de la Muerte, en vez de fiarse del sistema de guía de la nave cierra los ojos y se pone a rezar?

Solucionado el problema místico, George Lucas tuvo que inventar diferentes nombres para todos los personajes, algunos de inspiración bíblica con apellidos descriptivos, como Luke Skywalker (algo así como Lucas Andacielos), y otros con reminiscencias artúricas como Leia Organa, que recuerda a Morgana, la hermanastra del rey de Camelot. Cuando se acaban las ideas, siempre viene bien un mapa. Por ejemplo, Tatooine, el planeta natal de Luke Skywalker, donde masacran a sus tíos, no es más que la adaptación fonética de Tataouine, la ciudad de Túnez donde se rodaron las escenas, y que hoy sigue siendo una atracción turística si el avance del desierto y el conflicto de la vecina Libia no lo impiden.

CUANDO SE ACABAN LAS IDEAS, SIEMPRE VIENE BIEN UN MAPA.

En ciencia, cuando faltan ideas también se han utilizado mapas. Para bautizar elementos químicos existe la ley no escrita de no utilizar el nombre del descubridor, algo que se ha cumplido siempre, aunque alguno hizo trampa. Lecoq de Boisbaudran se decantó por el vocablo galio supuestamente en honor a Francia, pero casualmente coincidía con la versión latina de su nombre (gallo, coq en francés). Los elementos con nombre propio como el curio o el einstenio no fueron descubiertos por los homenajeados, sino puestos a posteriori. No obstante, para nominar elementos es común fijarse en el atlas y celebrar algún lugar. A veces por motivos patrióticos, como ocurre con el francio, el germanio o el polonio; o por querencias más locales, como el hafnio en honor a la ciudad de Copenhague, el holmio por Estocolmo o el lutecio por París, que, por cierto, son las tres únicas capitales que tienen un elemento químico nombrado en su honor. Hay otros que se refieren a ciudades o regiones que albergan las instalaciones donde fueron descubiertos, como el dubnio (Dubna, Rusia), el hassio (Hesse, Alemania), el darmstadio (Darmstadt, Alemania) o el berkelio (Berkeley, EE UU). También existen elementos que aluden a accidentes geográficos, como uno que lleva el nombre de un río (el renio, por el Rin) y otro en alusión a una isla (el cobre, por Chipre).

Solo un lugar de todo el orbe puede vanagloriarse de que no uno, sino cuatro elementos se llaman como él. Lo más divertido es que no estamos hablando de una gran metrópolis, sino de una modesta pedanía que ni siquiera tiene un ayuntamiento propio ni sale en las guías turísticas. Por Ytterby, un pueblo en la isla de Resarö, que pertenece al municipio de Vaxholm, en Suecia, toman su nomenclatura el itrio, el erbio, el terbio y el iterbio, debido a que todos ellos fueron descubiertos en una mina local. Como en un guion de cine, al final los más pequeños alcanzan el triunfo. Tataouine, dando nombre a un planeta que está en el imaginario de todos, e Ytterby, denominando a cuatro elementos químicos. Chupaos esa, Nueva York, Berlín y Londres.

La importancia de llamarse wolframio

Hay disciplinas, como la medicina, donde es muy frecuente que cualquier técnica o patología honre a su descubridor. La costumbre de los químicos, en cambio, de utilizar referencias geográficas para nominar a los elementos deja en evidencia que España no es ninguna potencia en este campo. Solo un elemento químico, el wolframio, ha sido aislado por españoles. Fueron los hermanos Fausto y Juan José Delhuyar, en 1783, y lo bautizaron así en referencia al mineral a partir del cual lo obtuvieron, la wolframita, y no por su país o su ciudad natal, Logroño. Para colmo de males, la Unión Internacional de Química le ha quitado la categoría de nombre oficial en beneficio de tungsteno, más popular en otros idiomas. Invertir poco en ciencia sale caro. Se puede acabar perdiendo hasta el nombre

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_