Un proyecto 15 años después
FOTO: Simón García
Esta es una arquitectura que no quiere entrar por los ojos. Su objetivo es desaparecer. El estadio de Atletismo que Carme Pigem, Rafael Aranda y Ramón Vilalta (RCR) levantaron, casi sembraron, a las afueras de Olot hace 15 años es un ejercicio de paisajismo y arquitectura en el que uno no sabría decir quién ha ganado el pulso entre la naturaleza y la construcción o quién lleva la voz cantante en el diálogo que se establece entre ambos. En eso reside su valor. Este es un proyecto atípico en la trayectoria de estos proyectistas, un estudio que durante lustros construyó fundamentalmente en Olot. Que logró fama internacional con esos trabajos locales y que hoy vive dedicado a trabajar en el mundo con la misma ambición de atender y potenciar lo distintivo en lo local.
Justo en el límite entre la trama urbana de Olot y el comienzo del encuentro entre la ciudad y el frondoso paisaje de La Garrotxa, el estadio es un ejercicio de imaginación y acuerdos sin parangón entre la arquitectura de instalaciones deportivas. Aunque este estudio ha firmado parques singulares, tampoco es fácil encontrar otro proyecto como este que ni se pliega ni se impone sino que logra hablar de tú a la naturaleza. ¿Por qué se habla hoy de un proyecto concluido hace tres lustros? Porque la naturaleza que lo salpica, rodea y conforma lo mantiene vivo y cambiante. Se dice que se necesita una década para poder juzgar cualquier jardín. Esa década ha pasado. Y el estadio ha conseguido incluso algo que parecía difícil de lograr, ha mejorado con la nueva frondosidad y la relación con sus usuarios.
No debió de ser fácil convencer a federaciones, jueces deportivos y atletas de que la sombra, el oxígeno y el propio lugar iban a sumar valores a sus instalaciones. Sin embargo hoy, convertido en parque cuesta creer lo contrario. Resulta complicado imaginar que entonces pudiera parecer difícil de entender la conciliación entre arquitectura y construcción. En este proyecto hay esfuerzo y acuerdos. Levantado en dos claros, antiguos campos de cultivo, en medio de un robledal, el estadio está cimentando en el ingenio que logra despejar el paso de los atletas sin tener que sacrificar a los robles que llegaron antes. Los arquitectos lo hicieron posible. Consiguieron además que su esfuerzo no se notase. Y el tiempo, la gente y el propio lugar –que ha absorbido el estadio- les han dado la razón.
Babelia
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