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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Duelo de gallos y ‘margallos’ a cuenta de Gibraltar

¿Podría hacernos el favor el ministro de Exteriores de no enzarzarse en trifulcas con el interlocutor equivocado?

Jesús Mota
José Manuel García Margallo, ministro de Asuntos Exteriores
José Manuel García Margallo, ministro de Asuntos ExterioresULY MARTIN

José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores (en funciones o, mejor, en disfunciones) y el ministro principal de Gibraltar (debe de haber algunos secundarios), Fabián Picardo, se han enzarzado en una trifulca de taberna definitoria de en qué manos está el pandero, como diría un castizo, en España y en la Roca. Esta es la secuencia resumida de este duelo de gallos (o de margallos): Picardo: “España jamás pondrá la mano en el Peñón”. Margallo: “La mano no, pondré la bandera y mucho antes de lo que Picardo cree” (larga disertación sobre las consecuencias del Brexit y las ventajas económicas de la cosoberanía para los gibraltareños; solo le faltó cantar el “gibraltareña, cruzaré la línea para besarte junto al Peñón). Picardo: “Ni en cuatro años ni en 4.000 ondeará la bandera española en Gibraltar”. ¿Está el señor Picardo en condiciones de asegurar que en el año 6.018 estará clavada la bandera española en Gibraltar? Porque, al ritmo que va la investidura, García-Margallo seguirá en funciones por entonces.

Siempre es un espectáculo penoso observar a dos flamenquines que manotean con los ojos cerrados y se creen boxeadores. El fuerte de García-Margallo nunca ha sido la discreción; sus intervenciones públicas oscilan entre la campechanía extraviada y la insistencia estomagante. Durante meses dió en la manía de pontificar a todas horas sobre economía, el rescate financiero y las excelencias del programa económico español, como si no hubiéramos caído en la cuenta de que él sabe tanto de economía como Paquirrín de la controversia entre realistas y nominalistas sobre los universales. De su gestión en Exteriores cuentan y no acaban, casi siempre para lamentar el deterioro de la posición española en el exterior. Picardo no ofrece logros mejores, pero tiene excusa: todavía no sabe si es una colonia sin país o un puerto franco para el contrabando.

Sería más útil que las ideas de García-Margallo sobre la cosoberanía (reclamada en la ONU) se concretasen en tareas diplomáticas serias y discretas; y, sobre todo, que el ministro demostrase la habilidad suficiente para no enredarse con el interlocutor equivocado. Parece mentira que a un ministro de Exteriores haya que reconvenirle por entrar al trapo en una tertulia televisiva con una respuesta farfullante a una declaración de carril del gibraltareño. El “no es no” de Picardo tiene ilustres precedentes en la política española de ahora mismo, pero el señor Margallo se lo ha tomado con el entusiasmo del discutidor de tertulia de TDT.

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La confusión entre principios y realidad es muy común en esta caos primordial en que se ha convertido la política española (¡ese “pondré la bandera antes que la mano” es antológico!). Como en el principio de los tiempos, cuando solo era el Verbo, la tierra de los intereses de gobierno no se ha separado todavía de las aguas del patriotismo del siglo XIX. Sigue vigente la definición de Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Y si los actores equivocan el papel, como García Margallo, pues peor.

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