Una película a lo ‘hippie’
Los camareros tienen que escuchar muchas cosas a lo largo de su jornada laboral, pero lo que le dijeron a Marine Discazeaux hace tres años, cambió su vida. “¿Quieres ser la actriz de la película que estoy escribiendo?”. La directora canaria Alba González Molina solo necesitó ver su cara para imaginársela en el paisaje del Bierzo en el que proyectaba ubicar su historia. Y ella dijo sí. Ese fue el primer paso de Julie, un filme rodado en un 80% con energía solar, en un pueblo semiaislado en la provincia de León, sin posibilidad de utilizar vehículos a motor, sin cobertura y con un equipo en el que las mujeres son mayoría.
La cineasta de 27 años no quería que su ópera prima fuera corriente y lo consiguió. Julie no es una película al uso. Es una aventura posible gracias a la participación del pueblo hippie de Matavenero, cuyas casas se convirtieron en los sets de rodaje. Hay que bajar una empinada pendiente a pie para acceder a este enclave. Las tirolinas que utilizaron para trasladar el equipo de grabación hoy cargan con los ladrillos que los vecinos usan para construir un nuevo centro cultural. Obtuvo dos premios en el festival de cine de Málaga (actriz secundaria y ópera prima) y llega hoy a los cines.
La historia narra la huida de su protagonista hacia un destino desconocido que acaba siendo este pueblo alternativo que en la ficción no tiene nombre. El filme habla de la maternidad, de la culpabilidad de las mujeres, de encontrarse a uno mismo y de la sexualidad. "Trata del estigma de ser o no madres o de si tenemos que ser buenas madres por fuerza. Julie termina de madurar en el proceso de la película. Es alguien que se plantea: ¿Como voy a querer a alguien si yo nunca he recibido eso?".
"Lo de contar con tantas mujeres en el equipo fue en parte casualidad, porque conozco a muchas en el entorno del cine, y en parte intencionado. No es que crea que el hombre no está capacitado, sino porque quería poner en alza el papel de la mujer en el cine. Es alarmante lo poco representada que está", explica la directora y guionista sentada en una explanada desde la que se divisa todo Matavenero.
La aldea fue abandonada en los 60 y declarada en ruinas. A finales de los 80 miembros del movimiento Arcoiris llegados de todas partes del mundo lo recuperaron y hoy mantiene una población que oscila entre los 60 y lo 100 habitantes. En medio de la charla con Alba, una mujer grita desde el pueblo, preguntando dónde está su hija. A pesar de la distancia, la acústica que porporciona el enclave de esta ecoaldea es espectacular. Esa fue una de las claves para comunicarse al rodar esta película. "Aquí no sirven los móviles, así que gritábamos o íbamos corriendo de un lado para otro o utilizábamos walki-talkies", explica.
Para añadir más complicación al asunto, Alba quiso que todo el mundo que trabajara en su película, se estrenara también en el cine. "No miré el currículum de nadie, lo hice así para dar una oportunidad a todo el mundo que quiere trabajar en eso y que ve que es un mundo muy jerárquico". La directora añade que uno de sus objetivos era que todos los jefes de departamento fueran mujeres, pero no lo consiguió por falta de tiempo.
La cineasta conoció este lugar hace cuatro años, cuando rodó un documental sobre el pueblo. Ya ahí le tocó en parte ganarse la confianza de unos habitantes que no siempre ven reflejado fielmente su modo de vida en la prensa. "Cuando escribía el guión me venía a la cabeza constantemente este sitio. Así que decidí venir aquí con Marine (la actriz protagonista), para proponerles la idea". Las dos lo plantearon en una de las asambleas generales que celebran los vecinos cada tres meses. Y aceptaron.
Durante el año y medio que duró la escritura del guión, Alba y Marine visitaron el pueblo al menos una decena de veces para ganar la confianza de todos. "Era importantísimo tener la complicidad de la gente del pueblo en el proyecto", explica Marine, que se mueve por las enrevesadas calles del enclave como una más. Tanta fue la implicación, que algunos vecinos participan en la película como actores, y los que no salen en pantalla, ayudaban como podían. De hecho, algunas de las escenas más interesantes de la película son aquellas que reflejan asambleas como las que podrían tener en el pueblo: "Me interesaba mostrar que también hay conflictos en sitios como este, com oen cualquiero pueblo, que no porque vivan aquí, piensan todos igual. Eliminar la utopía".
Los vecinos y los miembros del equipo se convirtieron en una gran comunidad durante el mes que duró el rodaje. La mitad de los trabajadores de la película se alojaba en un pueblo cercano y el resto, vivían en las casas de los habitantes de Matavenero. Unas viviendas que Alba utilizó también como escenarios de la película. "Los que estamos aquí, hemos venido en busca de la tranquilidad, pero no dudamos en apoyar el proyecto. Sabíamos que iba a ser una locura, pero que solo iba a durar un mes", explica Daniel García, que prestó su casa para el rodaje y además participa en algunas escenas. La casa de Cuke es en la cinta la de la protagonista y además, allí durmieron Marine y Alba el mes que duró la grabación: "Con esto he aprendido a valorar lo que cuesta hacer una película, no tienes ni idea de todo lo que hay detrás".
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