Yo y mi móvil
No soy digna de entrar en ninguna casa, pero sirva mi testimonio para advertir del peligro real de enganche
Mi móvil me conoce como si me hubiera parido, el tío. Vale que con él me acuesto y con él me levanto, con nuestra señora la batería y el 4G santo. Vale que sabe como nadie de mis ansias y mis sueños y mis íntimos deseos, que escribió el enorme Manuel Alejandro. Vale que me lo llevo hasta el excusado, no sea que me pierda alguna primicia entre prisa y prisa. Pero la confianza da asco. No me digas cómo —si por los metadatos, si por las diez mil veces que amplío la pantalla, o por iniciativa propia—, pero el tipo ha debido de hacer sus cálculos y últimamente, además de con alertas de noticias de todos los colores y wasaps de grupos de todo pelaje, me bombardea con anuncios de gafas progresivas, apósitos de incontinencia y, palabra, seguros de decesos. Quiero decir con esto que sí, me acuso, soy una señora inmigrante digital de patera que juró no caer en las redes y he mutado en adicta a la pantalla, la comunicación inmediata y el aquí te pillo, aquí te mato en todos los ámbitos. A la información ya lo era de nacimiento.
Me teníais que haber visto el sábado de Pasión y Muerte de Pedro Sánchez fugándome cada poco al baño estuviera con quien estuviese para ver cómo iba el partido y comentar la jugada a escondidas con los de mi secta. Si la del 23-F pasó a la historia como la noche de los transistores, la tarde de la implosión del PSOE bien podría pasar a los anales —ahí, exactamente— como la de los wasaps de los asistentes al Gólgota, perdón, Ferraz, 70, narrando al segundo su autocrucifixión al mundo. El resultado, para los muy yonquis del drama como la que firma, fue como cuando cayeron las Torres Gemelas en directo. Un chute de horror y placer culpable en vena imposible de dejar a medias. La mitad de los críos de 10 años tienen ya móvil. No soy digna de entrar en ninguna casa, pero sirva mi testimonio para advertir del peligro real de enganche. Y corto, que me salta un enlace de citas a ciegas.
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