Erice-Navarro: novelas retocadas con Photoshop
Las ficciones con personajes reales funcionan en parte porque el lector sabe que esas personas existieron
Juan Pablo Escobar, hijo del famoso traficante colombiano, denunció tras el estreno de la segunda temporada de Narcos que la serie dulcifica y adorna la figura de su padre, “mucho más cruel” que el fabricado por Netflix. Este sábado, en un artículo publicado en Babelia, era el cineasta Víctor Erice el que acusaba a la escritora Elvira Navarro de apropiarse del nombre de su exmujer en Los últimos días de Adelaida García Morales. Al día siguiente, la propia Navarro explicaba que lo que ella pretendía era homenajear a la autora de El Sur, y que esa pretensión perdería sentido sin nombrar a la homenajeada. Además, recordaba una nota incluida en su novela: “Este libro es una obra de ficción. Todo lo que se narra es falso, y en ningún caso debe leerse como una crónica de los últimos días de Adelaida García Morales”.
Mientras guionistas y novelistas invocan la autonomía de la imaginación —un personaje no es una persona—, los familiares de los hombres y mujeres que inspiran esos personajes invocan el sentido común: se llaman igual. No basta con decir que cualquier parecido con la realidad es coincidencia. Buena parte del efecto conseguido por esas invenciones se basa en que el lector sabe que esa persona existió. Un efecto que, es cierto, se matiza con el tiempo y con la distancia: no exigimos lo mismo a Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, que a Autobiografía del general Franco, de Vázquez Montalbán.
Un ser de carne y hueso convertido en ficción no es del todo, ni remotamente, una creación exclusiva del escritor como pudiera serlo otro personaje. A este le basta con ser verosímil; aquel se medirá siempre con la verdad. Por eso el autor debe atenerse a las consecuencias. Por eso Erice tiene razón. Al rédito de utilizar nombres reales le acompaña el peaje de la realidad. ¿Que funciona literariamente? Sin duda. También el Photoshop funciona fotográficamente. Pero Erice se equivoca al calificar de “raquítica” —que no lo es— la prosa de Navarro. Incluso escrita por Cervantes su obra plantearía el mismo dilema.
Es posible que, como afirma su autora, la protagonista de Los últimos días de Adelaida García Morales no sea la Adelaida García Morales histórica, pero todo se sostiene por ella: desde el título hasta la bibliografía. Extraña que su familia quedara al margen de tanta documentación. Lo que la obra tiene de buen ensayismo —la relación de una lectora (y de un país) con una narradora— convive con la interferencia de un arranque dramático: García Morales acude a una delegación de Igualdad en Andalucía pidiendo 50 euros para visitar a su hijo en Madrid. En esa “anécdota real” se inspiró Navarro, nos dice la contracubierta del libro. En las “aclaraciones” que lo cierran se nos dice otra cosa: la amiga que le contó el caso le explicó días después que lo sucedido “fue muy diferente a lo que te conté en principio”: fue una asistente social la que acudió a casa de la escritora. Para cuando el lector se entera, la mezcla entre nombre propio y anécdota apócrifa ya ha hecho todo su efecto.
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