Tener ‘clase’ en un mundo de apariencias
La City sigue siendo uno de los estamentos más clasistas de Reino Unido
Hay un terrible aforismo que explica mejor que ningún otro lo que supone abrirse camino en un mundo extremadamente competitivo: “Nunca tendrás una segunda oportunidad… de dar una primera impresión favorable”. Mucha de la gente que busca trabajo ha sentido la angustia de sentir que se juega el empleo de su vida, la carrera, su futuro, en una entrevista de 10 minutos. En tiempos de crisis, hay muchos demandantes para pocos empleos. Eso significa que una vez superada la criba del currículo, quedan todavía muchos aspirantes idóneos para un solo puesto. Si la criba se hace en la City de Londres para trabajar en un banco de inversión, lo determinante más allá del currículo, lo que puede decantar la decisión son cuestiones que tienen que ver más con la clase que con la formación o la experiencia. Así lo ha comprobado la Comisión de Movilidad Social, dependiente del Gobierno británico, que ha dedicado su último informe a analizar el grado de diversidad social en el sector de la banca y el de las ciencias de la vida.
La investigación constata que la City sigue siendo uno de los estamentos más clasistas de Reino Unido. El informe explica que el 82% de los niños estudia en una escuela pública, el 11% en una escuela estatal selectiva y solo el 7% en un colegio de pago. Pues bien, entre los contratados en 2014 por la banca de inversión de Londres, el 34% procedían de escuelas de pago y el 14% de escuelas estatales selectivas. Pero lo que más ha escandalizado del informe son los criterios informales de selección, en los que cuenta no solo el traje que lleva el aspirante, o el color de sus zapatos, sino cuán cómodo se le ve llevando ese traje. La mayoría de quienes realizan la selección no necesitan un olfato especial para cazar impostores. Su extracción social les habilita para aplicar los criterios, pues suelen ser hijos de banqueros acostumbrados a mirar por encima del hombro.
La igualdad de oportunidades y la meritocracia son bellos principios generales, pero el éxito en el mundo de las transacciones financieras requiere de ciertas “virtudes”, ciertos factores no declarados que acaban siendo determinantes. Se entiende que para trabajar en la City hay que tener clase, en la doble acepción del término: en el estilo y la forma de moverse, pero también en el origen y la posición social, pues se entiende que ambas van juntas.
En un mundo en el que la apariencia es cada vez más importante, la forma es el mensaje. En este caso, el mensaje es: una élite que trabaja para las élites. Eso no quita para que puedan llegar a la cúspide algunos grandes impostores procedentes de las clases medias, como tampoco impide que algunos de los grandes estafadores hayan sido elegantes encantadores de serpientes, al estilo de Bernard Madoff. En su obra El método Grönholm, el dramaturgo Jordi Galcerán muestra lo despiadado que puede llegar a ser un procedimiento de selección de personal cuando se pone a los aspirantes a competir entre sí hasta hacerles sacar toda la mezquindad de que son capaces. El informe de la City daría para otra excelente obra de teatro.
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