Malí, pastores del fin del mundo
1.
LE PREGUNTO cuántos kilómetros recorren cada día y me dice que así no sabe, que no son kilómetros. No sé, no son kilómetros, me dice; cuando estamos cansados o vemos que los animales están cansados, sabemos que ya hemos llegado, y buscamos un lugar para pasar la noche./
Hubo tiempos en que nunca nadie se quedaba quieto: ser nómada era la condición de cualquier hombre. Esos tiempos, para los más, pasaron hace tanto. Quedan, aquí y allá, unos pocos.
Aquí, decíamos: en África.
2.
TRISCAR: el verbo es triscar, pero ya no se usa. Triscar es lo que hacen la cabra, la oveja, la vaca cuando mordisquean un campo más bien magro, austero, y rebuscan su alimento a base de tesón. Nuestras sociedades ya no piensan así: su imagen de una vaca comiendo –su imagen de sí mismas– es un camión que trae unos fardos de pienso a un establo con luz eléctrica e hilo musical. Pero el mundo está lleno de personas que triscan, y animales que triscan, y personas que dependen de que sus animales trisquen. Los que lo tienen más duro son los nómadas: los que se mueven día tras día para que sus animales puedan aprovechar la poca hierba que sus tierras ofrecen. Son los que van a buscarse la vida un poco más allá, siempre más allá, el migrante más definitivo: un migrante que no llega nunca, que no termina nunca de migrar.
3.
MALÍ es un país grande como dos Españas donde viven 8 millones de ovejas, 9 millones de vacas, 10 millones de cabras,
un millón de burros, 15 millones de personas. Pero no es fácil alimentarlos. Malí es un país árido: casi todo su territorio es parte del Sahel, ese semidesierto que atraviesa África de un océano a otro. Llueve poco; la estación de las aguas va de junio a septiembre; el resto del tiempo, la lluvia es un recuerdo, una esperanza. Por eso, para seguir el rastro de los pastos, la mitad de esos animales está en manos de un millón de pastores nómadas. Muchos de esos pastores pertenecen a una cultura que se ha extendido desde hace siglos por toda la región: los fula, que también llaman fulani, o también peul.
4.
CUANDO les preguntaba qué les gustaba de ser nómadas esperaba palabras flameadas por el viento, la libertad, la tradición, la tierra. Pero Baïdy, primero, me dijo que lo que le gustaba es que así encuentra los pastos y ve que sus animales comen, engordan, están bien, los ve contentos. Eso me dijo –y eso repitieron, día tras día, tantos otros. Pero también escuché la tristeza de Kandé cuando me dijo, en voz muy baja, como quien habla sin hablar:
–Y pensar que en unos días vamos a tener que deshacer todo esto.
Y señaló sus chozas, el campamento alrededor.
–Es duro hacer sabiendo que vas a deshacer.
A veces envidio a esos que hacen de una vez. Me dijo, y que ellos tienen que hacer las cosas de otra manera, siempre de otra manera, no para tenerlas sino para dejarlas.
5.
LE PREGUNTO desde cuándo hace este camino.
–Desde mucho antes de nacer, ya desde mis mayores.
Me contesta Harouna, sus 70 años. Harouna es el jefe de una familia grande, el aire distinguido, sus anillos, y dice que cuando él empezó a hacer estos viajes no había rutas sino pistas en el monte, no había coches ni motos sino carros y burros. Que entonces había hienas, leopardos y leones en lugar de gendarmes. Que entonces no había plástico para hacer chozas, que todo era de paja; que entonces no había arroz, sólo cuscús y leche. Que entonces la vida de las mujeres era mucho más dura, porque no había molinos para moler el grano; que cuando iban a vender la leche tenían que caminar muchos kilómetros y ahora pueden subirse a algún camión. Que entonces los pastores se juntaban pero que ahora cada cual se busca su rincón, porque los pastos escasean. Que entonces a veces aparecían los blancos y te decían qué hacer y qué no hacer; que quizá tenían razón, quién sabe, quizá no. Que entonces los tiempos no eran mejores ni peores; que eran otros, dice Harouna, y que un pastor sigue siendo un pastor y las ovejas las ovejas, pero su hijo Mahel, 45, no tan diplomático, se queja: que cada vez hay más personas, que los pueblos crecen, que los agricultores copan todo; que a los pastores nómadas la tierra se les va, se les escapa.
6.
BAÍDY SOW nació hace 50 años en un pueblo de Mauritania que se llama Tana y es flaco como un palo, la cara amable,
el pelo enrevesado. Baïdy es el mayor de esta familia y entonces es el jefe del campamento –y dice que, a veces, ser jefe
le pesa: saber que la comida de todos depende de sus decisiones. Baïdy y su gente salieron de su zona, bien al norte, hace más de dos meses y acamparán aquí mientras los pozos y los pastos duren.
–Si quieres ser un buen pastor lo más importante es querer a los tuyos.
Dice Baïdy, para decir sus animales.
–Hay que buscar los buenos pastos para alimentarlos, ocuparse de ellos cuando están enfermos; si no tienen buenos pastos se enferman mucho más. Sólo cuando están bien se reproducen bien, dan leche buena, y entonces puedes vender las crías y la leche y ganarte unos francos. Pero nunca hay que vender demasiado: lo importante es tener tu rebaño, conservar y aumentar tu rebaño. Nosotros no somos nada sin los animales.
Dice Baïdy, sereno. Baïdy tiene unas 100 ovejas, 150 cabras, treinta y tantas vacas. No todos los animales son suyos: muchos son de otros dueños, que le pagan –en crías– por cuidarlos.
7.
KANDÉ DIALLO dice que qué pena que no hayamos llegado 10 días antes porque habríamos podido sacarle una foto, que quedara una foto. Habla de Mariama, su segunda esposa, que acaba de morirse. Le pregunto por qué fue.
–Porque sus días se habían terminado.
Me dice y, después, que estaba embarazada de su primer hijo, que se sintió mal y la llevaron al centro de salud de Kayes; que tenía 15 años. Se habían casado cuando ella tenía 12. Ahora Kandé me dice que está triste, y que sabe que la va a olvidar: Yo sé que me voy a ir olvidando de su cara, dice. Está bien, porque los vivos son los vivos y los muertos, los muertos, dice. Está bien, es lo que Alá ha querido, pero duele.Kandé no sabe si se va a volver a casar: dice que esas cosas no dependen de uno, que quién sabe si va a recibir alguna oferta de algún pariente y ya verá pero que, de todos modos, ya tiene su primera esposa, sus tres hijos. Le pregunto si se vive mejor con una mujer o con dos; Kandé dice que para un pastor es mejor tener dos, porque, para empezar, va a haber más hijos. Y, además, si una esposa se tiene que ir a un pueblo a vender leche, la otra puede quedarse con
los niños, cocinar, limpiar, hacer lo suyo.
8.
NO TIENEN electricidad ni agua corriente ni ningún libro ni ninguna revista ni un colchón ni saleros ni llaves ni corbatas ni una televisión ni una nevera ni vacaciones ni feriados ni café ni atascos ni ascensores ni escaleras ni platos ni cucharas ni compañeros del colegio ni pañuelos ni vencimientos ni una cocina ni una casa ni floreros ni cuentas en un banco ni gaseosas ni chocolates ni rompecabezas ni cumpleaños ni edad precisa ni un futuro distinto ni un pasado distinto ni sushi ni patatas ni ordenadores ni lámparas ni mar: ninguno nunca ha visto un mar.
Ahora ser nómada es una anomalía, una supervivencia. Ahora ser nómada es, para algunos, una necesidad. O una condena o un orgullo o algo tan natural que no parece ni condena ni orgullo ni necesidad: una forma de vida.
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