Las cicatrices de la América profunda
Una fotógrafa homenajea esas viejas áreas de descanso, la parte más lúdica de cuando viajar en coche debía ser, al menos, divertido
“Mientras realizaba mis tareas de búsqueda leí un artículo sobre un área de descanso en una carretera al norte de Fort Worth, Texas. En él se narraba que era un lugar donde se traficaba con drogas y trabajaban prostitutas. El artículo se ilustraba con una foto de la construcción, que tenía un techo ondulado y a los lados, la bandera del estado de Texas. Poseía encanto y personalidad. Conduje cientos de kilómetros para retratarla”.
Así recuerda la fotógrafa estadounidense Ryann Ford la génesis de su libro The last stop: Vanishing rest stops of the American roadside (Powerhouse), un volumen en el que se documenta el ocaso de las áreas de descanso, esas construcciones a pie de carretera ideadas en la era en la que trasladarse en coche de un punto a otro medianamente lejano constituía una epopeya tan intensa que no podía completarse del tirón.
Le comenté el proyecto a mi madre y, como nunca le ha gustado que viaje sola en coche, decidió cogerse vacaciones y acompañarme
El área a la que se refiere la autora es la de la foto de arriba. Ya no existe. “Semanas después de retratarla, volví a pasar por allí y ya la habían demolido. Me dio mucha pena y decidí tomarme en serio el proyecto de documentar todas estas fascinantes construcciones antes de que desaparecieran. Son ejemplos, no sólo de la relación tan estrecha con los automóviles que tenemos en EE UU, sino también verdaderos hitos de la arquitectura de mediados del siglo XX. Hay algunas muy locas, con forma de pozo de extracción de petróleo o de tienda india”, asegura.
El proceso de confección del libro fue largo y complicado. Muchas áreas ya no aparecían en los mapas. Incluso Google se había olvidado de ellas. El caso antes mencionado, en el que la zona de descanso se convirtió en foco de actividades ilegales, como casi toda construcción abandonada, llevó a que el acceso a la mayoría fuera bloqueado.
Así, Ryann conducía cientos de kilómetros y saltaba vallas. A veces, incluso tras lograr acceder al espacio, la luz era fatal, por lo que no podía retratarlo. “Todo este proceso me ha hecho amar todavía más estas construcciones”, apunta Ford. “Ya no son algo que recuerda a mi infancia. De hecho, le comenté el proyecto a mi madre y, como nunca le ha gustado que viaje sola en coche, decidió cogerse vacaciones y acompañarme. Me ayudó incluso a encontrar algunas por las que habíamos pasado durante mi infancia. Mi madre mola”.
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