Un recuerdo
Aquella noche las calles ovetenses, tan asediadas por jóvenes que beben y hablan hasta agotarse, me parecieron de otro país
Para celebrar el reencuentro les voy a contar el mejor momento de mi verano. Caminaba yo por las frescas calles de Oviedo cuando vi un aviso curioso. La Escuela Internacional de Música de la Fundación Princesa de Asturias invitaba a un concierto de su orquesta infantil y juvenil en homenaje a Cervantes y Shakespeare. ¡Sapristi! ¿Los infantes y los jóvenes haciendo música para dos sobresalientes tipos de hace cuatro siglos? Eso había que oírlo.
La cola ante el auditorio era sorprendente, pero mucho más constatar que se llenaron hasta los pasillos. La orquesta, unos 80 chavales, tenía un aspecto estupendo, pero sólo cuando comenzaron a tocar entendí el éxito de aquella invitación en una noche de julio. ¡Eran muy buenos! Los había chiquitísimos como un crío de no más de cinco años al mando de una pequeña percusión, o el pianista, de menos de 10 años. El grueso de la cuerda eran chicas en sus teen. Algún profesor apoyaba a los metales.
Hubo de todo, un encantador estreno del joven Jorge Carrillo, piezas relativamente sencillas como el Burlesque de Quijote, de Telemann, aunque también otras menos simples de Prokofiev o Mendelssohn, pero el sobresalto vino con una Obertura Coriolano, de Beethoven, que no es para menores. Violencia, suicidio, silencios procelosos. Lo ejecutaron como una orquesta sinfónica adulta, con una entrega y un entusiasmo contagiosos. La explicación de tanta energía es el director, Yuri Nasushkin, violinista del grupo de profesores de los Virtuosos de Moscú, la formación del gran Spivakov. Los chavales le adoran.
Aquella noche las calles ovetenses, tan asediadas por jóvenes que beben y hablan hasta agotarse, me parecieron de otro país, de una civilización más sólida y esperanzada.
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