Carlos Saura, Almodóvar y el señor Mihura
Un día pediremos perdón a estos dos cineastas, pero será demasiado tarde. Ya se habrán saturado de homenajes extranjeros o simplemente ya no estaremos ni nosotros para glosar lo que fueron
Cuenta la leyenda de la envidia española, ese rasgo amarillo de la bandera, que Miguel Mihura tenía la costumbre de burlar a los que lamentaban su éxito con un truco que acometía en solitario. El celébre autor de Ninette y un señor de Murcia contaba sus estrenos como éxitos. En el país en el que vivió, que es en el que vivimos, eso era difícil de tragar. Consciente de ese hecho que tan bien protagonizaron Lope, Góngora, Quevedo y Cervantes, entraba cojeando al Café Gijón, lleno de esa bilis nacional.
Uno de sus amigos, que desconocía esa impostura, se extrañó un día:
—Don Miguel, si usted no cojeaba antes de entrar, ¿qué le ha pasado?
—Es que si entro cojeando dirán: “Pobrecito Miguel, está enfermo”, y así me perdonan el éxito del estreno.
Ahora han anunciado un importante homenaje del MoMA de Nueva York a una de nuestras mejores cabezas de la creación cinematográfica, Pedro Almodóvar, autor de Julieta, su última película. En Madrid no pudo ir ni al estreno, de modo que no necesitó cojear ni en el estreno ni en los bares.
Unos días antes de ese estreno, Julieta, acaso su película más madura y más emocionante, la prensa (la amarilla y la colorada) aireó su incidente panameño. Antes de que su hermano Agustín y él mismo pudieran decir ni media palabra sobre aquellos papeles ya fueron crucificados en el actual via crucis mediático, twitter, televisión, tertulias, las tres tes de esta época. Y cuando dijeron algo les dijeron: “Sí, que me lo voy a creer”.
Nadie fue a comprobar nada en Panamá, ni el contenido de la cuenta; aparecía en las empresas off shore y los periodistas que proclaman que lo comprueban todo se conformaron con comprobar que allí estaban los nombres de los hermanos. Hasta que pasó el ventarrón y ahora ya si te vi no me acuerdo. Pero la contemporaneidad del sambenito con el estreno de Julieta fue decisivo en la recepción española de la nueva creación de Almodóvar, que ahora se pasea más airoso por esos mundos. Menos mal que cuando se muera, ojalá que sea muy tarde, nadie recordará Panamá y dirán que fue una especie de nuevo Buñuel de los 80. Pero, por ahora, o a Almodóvar le sobreviene una cojera como las cojeras fingidas de Mihura o en este país no hay MoMA que lo reciba.
Algo parecido sucede con el maestro Carlos Saura, a quien algún día llamarán el Picasso de su época, pero por ahora ese cielo debe esperar. Le rinden homenajes en Canadá, en el Reino Unido, en los países del Este de Europa, y lo estudian en todas partes, por cómo encuadra o por cómo retrató la violencia metafórica de este país de Caín y Abel. Pero cuando estrena aquí parece que tuviera que andar a cuatro patas para hacer gracia y así ser tenido en cuenta en los telediarios.
Un día les pediremos perdón a los dos, pero será demasiado tarde. Ya se habrán saturado de homenajes extranjeros o simplemente ya no estaremos ni nosotros para glosar lo que fueron.
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