La determinación de Mireia Belmonte
Las medallas de la nadadora confirman la buena salud del deporte femenino en España
Una agónica última brazada, el roce de un dedo sobre la pared. Ese es el gesto que otorgó a Mireia Belmonte la gloria olímpica, el privilegio de convertirse en la primera nadadora española en colgarse un oro en los Juegos —Martín López-Zubero es el único hombre— y confirmar su consagración como una de las mejores deportistas de este país. La medalla de oro en 200 mariposa es la coronación de un sueño y de una carrera marcada por la determinación, los sacrificios y un gen competitivo que ya asomó cuando con seis años se lanzó a una piscina y lloró de rabia por no haber ganado. Las mismas lágrimas que se mezclaron con el agua de la piscina cuando terminó su prueba y que asomaron cuando desde lo más alto del podio escuchó, por primera vez en Río, el himno español. Ayer volvió a sonar en el estadio de Canotaje Slalom donde Maialen Chourraut conquistó el segundo oro para España.
La natación es un deporte solitario, pero la victoria tiene muchos padres. En un país como España donde gusta hacer propios los éxitos y desentenderse de los fracasos, los oros de Belmonte y Chourraut, han sido hasta ahora las únicas buenas noticias para la delegación española en lo que va de Juegos. Las derrotas en tenis, donde ni Nadal, lastrado por una temporada llena de lesiones, logra disipar del todo la incertidumbre, pese a estar ya en cuartos, la decepcionante actuación hasta el momento del equipo de baloncesto o los cuartos puestos en yudo y contrarreloj, no han ayudado a generar optimismo entre la opinión pública española, propensa al derrotismo. Las últimas medallas, de momento, han contrarrestado esa impaciencia.
Belmonte es heredera del espíritu que comenzó a fraguarse en Barcelona 92. Esos Juegos cambiaron la mirada del deporte español dando lugar a una generación competitiva, descarada, libre de complejos que después han ido apuntalando otros deportistas como Pau Gasol, Rafa Nadal, Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa, Marc Márquez, Fernando Alonso, la selección de fútbol, Ruth Beitia… Hasta el punto de que el deporte español se ha convertido en el mejor escaparate de España en el exterior, una baza poco exprimida por la marca España. Sin embargo, a Belmonte, el aliento Barcelona 92 le ha llegado casi apagado. La plusmarquista española no ha escapado de la crisis y del recorte presupuestario del Programa ADO. La de Badalona se sufraga los entrenamientos gracias al patrocinio de la Universidad Católica de Murcia, las marcas que la esponsorizan y lo que gana compitiendo las pruebas de la Copa de Mundo. El vuelco de la Administración con los deportistas españoles hace 24 años propició el caldo de cultivo que ha permitido cosechar tantos éxitos deportivos. Esa sintonía parece perdida pero no debería entorpecer en la preparación de los futuros campeones.
Las medallas de Belmonte y Chourraut confirman, además, una tendencia que ya se fraguó en Londres, donde las mujeres fueron las indiscutibles protagonistas de la competición, doblando a los hombres en medallas, una muestra de la buena salud de la que goza el deporte femenino en España.
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