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PORQUE LO DIGO YO
Columna
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Abusón

El tiempo no tiene compasión, ni da marcha atrás. Porque los niños crecen. Pero los padres solo envejecemos

getty images

Los veranos comienzan la mañana en que abres los ojos y tu hijo está frente a ti llevando una caña de pescar, una pelota de playa, guantes de portero, botas de montaña y raquetas de tenis de mesa. Él dice:

- Papi, ¿vamos a jugar?

Y te levantas a jugar. Y pasas media hora esperando que él consiga darle a la pelota de tenis con la raqueta, mientras piensas en tus cosas (¿Habrá acuerdo de Gobierno? ¿Me pone los cuernos mi mujer? ¿Cerré bien la puerta de casa?). Y corres en cámara lenta para que el niño crea que te ha hecho un gol épico. Y te achicharras bajo el sol en un espigón, metiendo entre las piedras un hilo amarrado a un jamón, para ver si pica algún cangrejo despistado. Y ansías volver al trabajo, sentado bajo el aire acondicionado, con el cerebro en velocidad de crucero.

Pero un año -uno como este- el pequeño se vuelve mediano. Lo hace sin pedir permiso. Y ahora corre como un felino y no puedes alcanzarlo. Pega unos raquetazos que te pueden volar la cabeza. Trepa por lados de la montaña por donde tú no cabes, o no te atreves a ir. Y cuando, con la camiseta empapada, el cuerpo rendido y la espalda crujiendo, crees que ya ha terminado la tortura, tu hijo aún está fresco como una lechuga, diciendo:

- ¿Ahora montamos en bici un rato?

Entonces comprendes que el tiempo no tiene compasión, ni da marcha atrás, y que ya no eres el abusón sino la víctima. Porque los niños crecen. Pero los padres solo envejecemos.

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