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MIRADOR
Columna
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El terror

La humanidad sigue guardando dentro de sí la capacidad de violencia y brutalidad de sus primeros tiempos

Julio Llamazares
Flores contra el atentado en el Paseo de los Ingleses de Niza
Flores contra el atentado en el Paseo de los Ingleses de NizaGianluca Battista

La escena del sacerdote francés arrodillado y degollado ante el altar por dos yihadistas recuerda a imágenes bíblicas o a las representaciones de los martirios de santos de los primeros tiempos del cristianismo. Por eso nos aterra tanto.

De igual manera, la agresión con un hacha a los viajeros de un tren alemán o el atropello masivo del paseo marítimo de Niza nos aterrorizan más por sus circunstancias que por la cantidad de muertos, incluso siendo casi un centenar en el segundo de los casos. Tanto el hacha, herramienta brutal cuando se usa para agredir por su capacidad para desmembrar, desgarrar o abrir cabezas, como el camión convertido en arma mortífera, como antes lo fueron los aviones que abalanzaron los terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York o los trenes que convirtieron en bombas camino de la estación de Atocha de Madrid, acentúan la sensación de terror por su brutalidad, que nos remite a tiempos de la Edad Media y, aún más atrás, de las matanzas indiscriminadas de los primeros siglos de la civilización. Y como el exterminio nazi de los judíos o las deportaciones y purgas masivas de los regímenes estalinista soviético o de los jemeres rojos camboyanos, por no hablar de otros más próximos, nos enfrentan cara a cara a una verdad que, no por sospechada, nos sorprende menos, llenándonos de pavor: que, pese a todos los avances tecnológicos, políticos y culturales, la humanidad sigue guardando dentro de sí la capacidad de violencia y brutalidad de sus primeros tiempos, cuando los hombres luchaban como animales entre ellos y contra la naturaleza para sobrevivir. Descubrir que la barbarie no desapareció en la historia, sino que nos acompaña en el día a día presta a hacer acto de aparición en cualquier momento y de la forma más despiadada e indiscriminada es lo que nos aterroriza, y más cuando se manifiesta con las maneras y con las armas de épocas primitivas, como en los últimos atentados de los yihadistas, los nuevos monstruos de nuestra civilización.

El problema del terror es que se convierte a sí mismo en otra arma, más destructiva aún que las que lo provocan, que es lo que buscan sus autores. Su crueldad y su impiedad no son fortuitas. Su intención es lograr aquello que Hunter S. Thompson, el padre del periodismo gonzo, vaticinó hace ya tiempo, cuando el yihadismo aún no había hecho su aparición del todo: “Estamos convirtiéndonos en una nación de esclavos gimiendo de miedo. El miedo a la guerra, el miedo a la pobreza, el miedo al terrorismo, al azar, el miedo a bajar de estatus o a ser despedidos del trabajo a causa de una economía que se hunde”.

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