Nos vemos
Es más difícil zanjar una charla entre españoles, aunque sean desconocidos, que meter baza en según qué aquelarres televisivos
No tengo datos de ningún estudio de ninguna universidad coreana ni de ninguna investigación de mercados de ninguna operadora de móviles, esos nuevos oráculos globales. Sospecho, no obstante, que los españoles somos los homínidos que más tardamos en despedirnos de toda la galaxia antes conocida como Gutenberg, si san Marshall McLuhan levantara el cráneo privilegiado, volvía a palmarla. No es solo que enterremos a los difuntos mejor que nadie aunque sea en vida, como dijo Rubalcaba que en paz descanse de su vida política. No es solo que perpetremos las esquelas más sentidas, aunque no pudiéramos ver al fiambre ni en pintura. Es que, aún hoy, pese a la hiperconexión generalizada o precisamente por ella, las ceremonias del adiós, aunque sean para ir al retrete y volver al lío, son infinitas. No nos acabamos de despedir nunca. Sea por teléfono, por WhatsApp, por Skype, por correo electrónico de punta a punta del mapa o jeta a jeta en el quicio de una puerta. Es más difícil zanjar una charla entre españoles, aunque sean perfectos desconocidos, que meter baza en según qué aquelarres televisivos.
La cosa empieza como con pena, penita, pena. Me voy a ir yendo, venga, me marcho, corto, no, corta tú, gracias, no, por favor, gracias a ti, solo faltaría, cuelga tú, no, cuelga tú, tonto, hasta luego, adiós, adiós, besos, besos. Y no acaba sin antes anticipar el ansiado reencuentro. Nos vemos, quedamos, comemos, hablamos el lunes sin falta ninguna. Luego, ni nos vemos ni quedamos ni comemos ni cenamos ni nos acordamos del otro hasta que precisamos algo de él urgentemente. A ver, doctores tienen las universidades coreanas y las operadoras de móviles, pero sospecho que aquí y ahora no hay más divorcios ni más desconexiones ni más ahí te quedas con tal de no tener que despedirnos. Dicho esto, me voy con la monserga a otra parte hasta que baje un poco la solanera. Nos vemos sin falta.
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