Sheila Márquez: "Nunca me arrepiento de nada de lo que he hecho"

Vitoria, capital de la Comunidad Autónoma Vasca, tiene complejo de Cenicienta. Viviendo a la sombra de Bilbao y San Sebastián, es una ciudad que no presume de grande ni de bella, pero sí de práctica y realista. Poco dados a las fantasías (excepto Iker Jiménez), los vitorianos tienden a mostrar cierta distancia con el propio éxito, como si no se lo terminaran de creer.

Sheila Márquez es muy de Vitoria. Ni llevar nueve años en la élite de la moda ni vivir en Nueva York han conseguido quitarle del todo ese tic de sana desconfianza. Tampoco le ha alejado de sus raíces. Sabe que hace unas semanas, el Deportivo Alavés, equipo de fútbol de su ciudad, ascendió a Primera División tras 10 años en las categorías inferiores ¿Contenta? “Sí, mucho. Pero a ver lo que duran esta vez”, contesta. Una respuesta muy de Vitoria. Está muy bien subir, pero todo lo que sube, baja.

Pero eso no significa que sea pesimista. Su discurso es positivo. Si se le pregunta cómo superó la temprana muerte de su madre, cuando ella era una adolescente de 15 años, ella afirma que a la larga eso no fue tan malo y que cree que le ha ayudado a ella y a su hermano a desenvolverse solos. “Pasé por ello gracias al cariño y apoyo de mi familia y amigos. Centrada en los estudios y en el grupo de danza contemporánea y moderna para desahogarme y soltar adrenalina”.

Si la cuestión es si se arrepiente de haberse casado con 22 años y que aquello no funcionara, también es categórica. “Nunca me arrepiento de nada de lo que he hecho. Cada pequeña decisión que he tomado en la vida me ha llevado al momento máximo de felicidad y confort que estoy viviendo ahora. Además fue una boda muy divertida”.

Demasiada seguridad, quizás. Sus principios fueron erráticos, y seguro que hay algunas elecciones profesionales que preferiría no haber realizado. Nada que no le haya pasado a casi todos los mortales, solo que con más visibilidad. No todo el mundo da sus primeros pasos tras ganar un concurso de belleza. Así empezó en el mundo de los castings y la publicidad. Su primer golpe de suerte le llegó estando en Londres estudiando inglés.

El famosísimo fotógrafo Mario Testino se fijó en ella. “Éramos un grupo de chicas para esa sesión de fotos, pero aun así Testino fue muy amable y se tomó su tiempo para saludar y presentarse a todo el equipo. Fue mi primera sesión de fotos con un equipo tan profesional, maquilladores a los que admiro y un catering incredible. Un buen abrir de boca para lo que estaba por venir en mi carrera”.

Después firmaría un jugoso contrato de Women Management. Desde entonces ha desfilado para Balenciaga, YSL o Gucci y ha sido imagen de Allesandro dell'Acqua, Topshop y DKNY, entre otras. Más tarde llegaría el Nuevo mundo. “Después del éxito en las pasarelas europeas una agencia neoyorquina me fichó. Me mudé con intención de estar un año y probar el mercado y ya han pasado nueve”.

Hoy tiene 31 años y es madre de un niño, Lucius. Dos características que hacen de ella una rareza en un mundo de maniquíes extremadamente jóvenes y escuálidas. “La maternidad ha afectado a mi trabajo de manera positiva. Muchas grandes modelos establecidas están siendo madres ahora. Siendo fotografiadas con sus barriguitas y orgullosas de su cuerpo de embarazadas dan un gran ejemplo a seguir a las chicas nuevas y más delgadas que están empezando”.

Tras alrededor de una década en lo más alto, sabe que ha llegado el momento de pensar dónde estará dentro de otros diez años. Y para eso retomará sus intereses de adolescente, cuando el mundo de la pasarela parecía otro planeta y ella tenía sus muy realistas planes para el futuro. “Estaba estudiando Administración y Dirección de Empresas. Quería trabajar en un banco o dirigir mi propio negocio. Me veo extendiendo la familia, pasando más tiempo en Europa y dedicando mi esfuerzo a tres proyectos personales en los que estoy trabajando pero que no puedo desvelar”.