Del absentismo laboral al miedo a coger la baja
El paradigma ha cambiado: ahora muchos enfermos se resisten a dejar de trabajar por temor a perder el empleo
Los médicos de cabecera están siendo testigos silenciosos de un cambio de paradigma en las relaciones laborales. Allí donde antes se encontraban con frecuencia con algún paciente que insistía en que se encontraba fatal y que necesitaba la baja médica, sin estar justificada, ahora se encuentran con personas realmente enfermas que se resisten a coger la baja. Aunque el médico insista en que la necesita. Tienen miedo a las consecuencias de no ir a trabajar, a ser mal vistos, a que sus jefes, de los que depende la renovación del contrato, arruguen la nariz ante la sospecha de que la mala salud pueda disminuir su rendimiento.
¿Qué ha ocurrido entre estos dos escenarios? Por supuesto, una crisis económica que ha destruido millones de puestos de trabajo; pero también un cambio en el ecosistema laboral que ya se había iniciado antes y que se ha acelerado gracias a la crisis. Solo hay que teclear estas tres palabras —“miedo a perder el trabajo”— en Google y encontraremos una larga lista de gabinetes psicológicos que se ofrecen para ayudar a gestionar la angustia que comporta la inseguridad laboral. Ya el sociólogo francés Daniel Cohen advirtió en Nuestros tiempos modernos (editorial Tusquets) sobre los costes en términos de estrés, angustia y depresión de las nuevas formas de organización del trabajo, pero ocho años después de estallar la crisis, las perspectivas han cambiado tanto en el mercado laboral que quienes están en paro viven angustiados por el miedo a no encontrar un nuevo trabajo y quienes tienen la suerte de tenerlo viven angustiados por el miedo a perderlo. Hasta el punto de rechazar una baja laboral aunque ello implique el riesgo de que su dolencia se agrave.
Algunas cifras ilustran el cambio de paradigma. Entre 2008 y 2014 se produjo una caída del 28,3% en el número de bajas laborales en el sector privado, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Este organismo calcula el promedio de horas de trabajo perdidas al mes por cada trabajador a consecuencia de una baja laboral transitoria, por lo que tiene en cuenta la menor tasa de ocupación. El descenso oscila entre un 37,6% de la industria extractiva y el 23% de la construcción, pasando por un 29% en la hostelería y un 26% en la industria manufacturera.
El miedo a perder el trabajo es general, pero afecta en mayor medida a quienes tienen contratos temporales. Las consecuencias de este sistema no se expresan todavía en toda su extensión porque los más afectados por la precarización son los jóvenes, y estos en general gozan de buena salud. Pero conforme el modelo se generalice y se extienda en el tiempo, el miedo se convertirá en una experiencia general. La contratación temporal ha aumentado un 30,6% desde 2012, hasta alcanzar 2.406.000 empleados en 2015. Detrás de esa cifra es fácil adivinar una gran inquietud por la renovación de los contratos. Cientos de miles de empleados empalman un contrato tras otro, hasta llegar al colmo de esos 1.673 empleados catalanes que en 2014 llegaron a firmar más de 50 contratos laborales cada uno, la mitad de ellos con la misma empresa.
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