_
_
_
_
3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Theresa May, Jo Cox y la pregunta de nuestro tiempo

Gonzalo Fanjul

Campaña contra la inmigración irregular promovida por Theresa May, nueva Primera Ministra del Reino Unido. Foto: D. Martínez/Quality/El País.

Una de las ideas que se repitieron a menudo tras la muerte de Jo Cox fue que esta diputada poco convencionalno había hecho campaña únicamente por la permanencia del Reino Unido en la UE, sino por la transformación misma de la Unióny el protagonismo de los británicos en ese esfuerzo. Sus posiciones en materia de inmigración, austeridad presupuestaria o responsabilidad internacional no solo sugieren una idea de Europamuy diferente a la que estamos viviendo, sino un concepto transnacional de los desafíos a los que hace frente su país, que solo pueden ser respondidos con alianzas equivalentes.

Theresa May, la flamante Primera Ministra del Reino Unido, es una criatura política muy diferente. Una criatura del statu quo, especialmente en lo que toca a la inmigración. Su argumentario se distingue de la retórica abiertamente xenófoba de Nigel Farage y Marine Le Pen como una omelette se distingue de una tortilla de dos huevos. Olviden sus campañas poco sutiles contra los inmigrantes irregulares ("Vete a casa o serás arrestado") o su desprecio por la Convención Europea de Derechos Humanos y la jurisdicción de Estrasburgo, y leancon atención el discurso que pronunció el pasado 6 de Octubre en el congreso del Partido Conservador (del que hablamos en su momento en este blog). Como señaló James Kirkup en su prolijo comentario para el Daily Telegraph, su contenido es “engañoso e irresponsable”, porque “ignora los hechos” para alimentar “el enfado contra los extranjeros” precisamente cuando el país más necesitaba la serenidad y honestidadde sus estadistas.

Aunque ambas hicieron campaña contra el Brexit, Jo Cox y Theresa May estaban en lados contrapuestos enuno de los debatescentrales de la sociedad global moderna. Es el dilema entre cosmopolitas y comunitaristas, descrito con lucidez por Michael Ignatieff en una reciente entrevista en The New York Times. Como resume el entrevistador, lo que estamos viviendo es “una división ideológica entre las élites cosmopolitas que ven la inmigración como un bien común basado en derechos universales y los votantes que la ven como un obsequio conferido a ciertos forasteros considerados merecedores de pertenecer a la comunidad”. Y de ahí se derivaunapregunta fundamental: ¿quién formaparte de nosotros?

Ignatieff es un profesor de Harvard y estudioso de los nacionalismos que tuvo oportunidad de experimentar sus propuestasen la vida real liderando durante tres años al Partido Liberal de Canadá. Fue una experiencia electoralmente desastrosa que, sin embargo, dejó valiosas reflexiones para él mismo y para las ideas liberales en todo el mundo. Una de las que encuentro más sugerentes es precisamente la que tiene que ver con el fenómeno migratorio.La idea de que una comunidad establecida (Reino Unido, España, Europa, la República de Cataluña) essoberana paradecidir el acceso y la residencia de esos ‘forasteros’ en su territorio puede parecernos una obviedad incontestable, pero no lo es. En la medida en que las restricciones a la movilidad determinan el derecho de otros al progreso, la educación, la salud o, sencillamente, la protección personal -derechos considerados universales-, se produce un conflicto entre ambas partes que no puede ser despachado simplemente con un “yo estaba aquí primero”. Aceptarlo supondría renunciar a los fundamentos que pusieron fin a la esclavitud o garantizaron el voto a las mujeres, por ejemplo, porque no podemos conceder al pasaporte los privilegios que hemos negado a la raza o al género.

En este asunto la izquierda europea se sitúa en el peor de los mundos posibles: ajena a los valores comunitaristas estrechos que sostienen a la derecha, pero carente del coraje electoral que supone pasar a la ofensiva en este asunto. El líder laborista Jeremy Corbyn es un buen ejemplo de ello. Su armazón ideológico parece concebido para un mundo que ya no existe. Es imposible no simpatizar con su defensa de los trabajadores industriales o el rechazo al armamento nuclear, pero me pregunto cuánto de todo eso determina las vidas, por ejemplo, de una generación completa de jóvenes marcados por la desigualdad y la precariedad. Con elvoto de estos jóvenes (insuficiente pero contundente) en el referéndum del Brexit, ellos han aceptado el reto de evitar los atajos y responder a los desafíos transnacionales con derechos universales, empezando por el derecho a intentarloen un lugar diferente al que has nacido. En la práctica, eso significa elevar el suelo dentro y fuera de nuestras fronteras, promoviendo una nueva versión global del Estado del Bienestar centrada en garantizar la igualdad de oportunidades, consolidar redes de seguridad frente al riesgo y embridar con instituciones y normas sólidas la internacionalización económica. Una batalla en la que Lima y Nueva Delhi cuentan tanto como Birmingham y Sevilla. Una batalla por un mundo sin fronteras.

Con franqueza, yo no veo a esa izquierda por ninguna parte. Tal vez sea por la abdicación ideológica que describe Dani Rodrik en un estupendo artículo publicado esta semana. Tal vez por la tentación del frentismo y populismo de las nuevas izquierdas. Tal vez sea simplemente el resultado de la mediocridad que demuestran los cuadros de los principales partidos socialdemócratas europeos, empezando por el español.Perovamos a necesitar más valentía y mejores ideas parainclinar la balanza del lado de los cosmopolitas.La elección de Theresa May demuestra que, por ahora,estamos perdiendo la batalla.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_