Mea culpa
Cada voto contrario al recto civismo llevaría incorporado su propio castigo
¡Quién pillase los 25 años para volver a sanfermines! Sobre todo ahora que los toros están semi-proscritos y se disfrutan más. Este año el Ayuntamiento pamplonica ha decidido poner coto a la incívica costumbre (la supongo de origen anglosajón por su parecido simbólico con el Brexit;o quizá la importaron Hemingway y su cuadrilla) de orinar en la vía pública, en cualquier rincón o quicio propicio. Para ello se empleará un repelente de orina que se aplica sobre los frontones a salvaguardar y actúa en los poros del sustrato mineral, impidiendo que la fachada se impregne y haciendo rebotar el líquido culpable sobre los pantalones o el calzado de quien micciona. ¡Justicia poética, el meador meado!
Meditando sobre este prodigioso invento, digno del profesor Franz de Copenhague, se me ocurre que sería utilísimo algo parecido —un repelente de voto— para aplicar en los comicios democráticos, de modo que la responsabilidad de cada papeleta recayese sólo sobre quien la emite, sin manchar al resto. Nos aliviaría del miedo a los conciudadanos, haciendo además superfluos los arrepentimientos tardíos y la búsqueda de culpables de los resultados, sea por falta de ética o de raciocinio. Cada voto contrario al recto civismo llevaría incorporado su propio castigo pero dejaría incólumes las instituciones principales que todos necesitamos y compartimos. La única dificultad al preparar el ungüento justiciero estribará en determinar qué es cívico y qué no lo es, dónde el votante muestra ética y dónde perfidia. Habría que nombrar un comité para establecerlo y ya sabemos que los comités suelen diseñar los caballos con jorobas... Merece la pena intentarlo. Entre tanto aplícate el cuento, hipócrita elector, mi semejante y hermano: mea culpa o mea disculpa, lo que sea, pero a mí no me apuntes, porfa.
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