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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Una alcaldesa que pisa su ciudad

Anatxu Zabalbeascoa

FOTO: Bernardo Pérez (El País)

Frente a la enorme dificultad que supone lidiar con una persona que decide disfrazar su inseguridad de soberbia, las personas suficientemente seguras de lo que piensan, de sus valores y prioridades no dejan de aprender porque no se cansan de escuchar. Y de cuestionar y cuestionarse. Es el caso de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. En el poco tiempo que lleva en el cargo, la jueza ha tomado medidas que no han costado un duro al contribuyente y que, sin embargo, apuntan hacia una revolución urbana, una revolución real, de las que permiten que los cambios sean buenos para todos.

Sacar a los coches del centro de la ciudad es ese tipo de cambio mayúsculo y urgentísimo. No es crucial solo por la evidente contaminación que producen -y que la OMS ha reconocido como causa del cáncer-, también lo es por el modelo social más equitativo que una ciudad no dominada por los coches ofrece: con mejor transporte público (el de Madrid ya es muy bueno), con más espacios comunes y, sobre todo, con un ritmo menos acelerado y más humano. Las repercusiones de poder pararse a hablar o tomar el fresco en la calle son transformadoras.

La reconquista de la calle -de la vida en la calle no únicamente de la calle como vía para llegar a un lugar- es uno de los grandes temas urbanos de este siglo. No se trata de hacer espacio para más terrazas en las que poder recibir a más turistas. Se trata de convertir la calle en un espacio de convivencia en el que ciudadanos, turistas, comercios y espacios públicos cohabiten sin amenazarse. Sin temerse, sin molestarse.

 Una de las primeras decisiones que tomó Manuela Carmena al convertirse en alcaldesa de Madrid fue la de interrumpir la circulación de coches por el Paseo del Prado, en su lado ascendente, todos los domingos. Únicamente alguien que no teme represalias -es decir que apuesta más por su ciudad que por una reelección- es capaz de tomar una decisión que no sólo favorece la vida de la mayoría de los ciudadanos sino que también nos educa. No quisiera ponerme cursi aquí y escribir que también nos salva. Eso decídanlo ustedes, pero ciertamente una decisión así también nos conecta con la vanguardia urbanística del mundo: no el urbanismo de la especulación y los compromisos con el poder económico sino el urbanismo de los ciudadanos.

Apartar los coches de los centros urbanos no es una utopía sólo posible en los (hoy) civilizados países nórdicos. Es una urgencia urbana, sanitaria y social que se ha aplicado ya, con éxito casi inmediato, en ciudades como Manhattan (nada menos que Broadway es hoy peatonal), en Melbourne, en Copenhague y, atención, que está ya triunfando en Moscú. Que buena parte de la prensa se riera de Carmena cuando decidió dar ejemplo y viajar en metro habla de lo peor (el perro del hortelano que ni vive ni deja vivir) de nuestra sociedad y a la vez de lo mejor de nuestro carácter (el sentido del humor y la necesidad de bromear con todo). Que ella continuara risueña e impertérrita aprovechando el trayecto para hablar con los ciudadanos habla de una opción, esta vez sí, nórdica, de político atento a los problemas de su ciudad, cercano a sus ciudadanos y con el que se puede hablar. Las acciones, y la actitud, de políticos así es más que un legado urbano, es toda una educación.

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