Bajos Vuelings

Mi jardinero me chulea. A ver, entiéndaseme lo que digo, que si no a mis vecinas les faltará tiempo para, además de la estirada y la sociópata, llamarme también la lady Chatterley de pacotilla de la urba, para cotillas, ellas. No es que el tipo me vaya ni me venga. Es que me ignora, me ningunea, que pasa de mi cien capitales de provincia, vamos. Que por mayo, era por mayo, cuando empieza la calor, le llamé suplicándole que me hiciera el honor de venir a prepararme los cuatro metros de patio para el verano. Y el nota que sí, que claro, que fuera abriéndole el cerrojo que estaba llegando. Y así un día y una semana y un mes y otro hasta hoy mismito. Pese a que se supone que le pago para que me mantenga verde lo verde, esta es la hora en la que no puedo plantar un pie en esa selva sin que me coman la hiedra y los bichos y me abrase vivas las plantas la hierba seca. Y el nota que sí, que tranqui, que tiene mucho lío, pero que esta tarde viene. Y, encima, no le protestes, porque a estas alturas están todos pillados y no hay quien trinque a otro por ese precio. Total, que estamos en manos de los manitas. Fontaneros, pintores, electricistas, por no hablar de los técnicos del wifi,esas aves raras tan carísimas de ver que es más fácil que te reciba Francisco en audiencia privada.

Diréis que mi problemática de maruja trabajadora del Primer Mundo os es inverosímil, perdón, indiferente, y diréis el Evangelio. Pero estos días veía mi desesperación y rabia de clienta abandonada a su suerte en las caras de los viajeros varados en tierra por Vueling. En todo eso del que mucho abarca y poco aprieta y la avaricia y el saco no hay clases, y jardineros, fontaneros y ejecutivos de alto coste y bajos vuelos están cortados por el mismo patronaje. Nos maltratan, nos desprecian, nos chulean. Y me abro, que me ha puesto un wasap mi paisajista que viene ya mismo a replantarme los tepes y es ahora o nunca.