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MIRADOR
Columna
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Finales felices

La historia de Murtaza Ahmadi relata la llegada de las camisetas firmadas por Leo Messi a una aldea perdida de Afganistán

Manuel Jabois
El niño afgano Murtaza Ahmadi, con la camiseta de Messi.
El niño afgano Murtaza Ahmadi, con la camiseta de Messi.Omar Sobhani (Reuters)

Una noche, Murtaza Ahmadi, de cinco años, se despertó llorando diciendo que quería conocer a Leo Messi. Su padre le explicó que vivían en Jaghori, una aldea de la región de Gazni en Afganistán. Los días siguientes Murtaza Ahmadi reclamó al menos la camiseta del astro argentino. La familia le respondió que vivían lejos de la ciudad y que era imposible hacerse con ella. Pero la insistencia tuvo premio: el hermano de Murtaza agarró una bolsa de plástico blanquiazul, pintó en ella el número y el nombre de Messi y se la ató al cuerpo. Tan tierna era la imagen de Murtaza que su hermano subió la foto a su Facebook y llegó a todos los rincones del planeta, también a Messi.

Con la ayuda de Unicef empezó entonces una búsqueda que llevó primero a Irak, país en el que un niño reclamaba ser el de la foto, y después a Afganistán, donde se confirmó la identidad de Murtaza. Messi envió a la aldea del chico dos camisetas, una del Barcelona y otra de Argentina, las dos firmadas. También un balón de fútbol. Entre medias, la federación afgana estaba en contacto con el Barcelona para propiciar un encuentro. Si el encuentro se produce, será con el niño Murtaza como refugiado fuera de su país: hace un mes se supo que su familia había huido de casa y viajado a Quetta, en la provincia de Baluchistán (Pakistán). Murtaza había sido amenazado de secuestro por una mafia local en un territorio peligroso, el suyo, poblado por talibanes.

El “final feliz” de la historia de Murtaza Ahmadi fue el titular elegido por periódicos de medio planeta para relatar la llegada de las camisetas firmadas por Leo Messi a una aldea perdida de Afganistán. Si algo enseña el terrorismo, especialmente el terrorismo que alcanza el poder y gobierna, es que no existen los finales felices ni nada que se aproxime a la felicidad en su mundo. Entre otras razones más mundanas, porque es pecado. La felicidad, en último caso, es una palabra que define el poder, y que trata de imponer en ciudades libres atentando en los escenarios sospechosos: las discotecas, los estadios de fútbol, los centros comerciales. No se contempla ni se tolera la felicidad de un niño, ni se fabrican ilusiones que puedan terminar bien. Lo que enseña el terrorismo es que un niño frustrado es un niño cuya familia no se mete en problemas.

“La vida se convirtió en una miseria para nosotros. Vendí todas mis pertenencias y saqué a mi familia de Afganistán para salvar la vida de mi hijo, junto con las vidas del resto de la familia”, dijo a la BBC el padre de Murtaza.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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