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La pequeña escuela que ha transformado una comunidad entera La comunidad rural de Palmarin, en Senegal, ha dejado de ver la discapacidad como un estigma, para entenderla como una diferencia que enriquece y contribuye al desarrollo social y humano Odette y Agnés ayudan al pequeño Abdelay a resolver un puzzle durante una clase. El horario escolar de los alumnos con necesidades especiales está repartido entre varias materias: lectura y escritura, lenguaje y comunicación, matemáticas, ciencias naturales y vida social y artes plásticas. Los alumnos se apoyan unos a otros durante las clases e intentan superar las dificultades juntos. El trabajo en grupo refuerza su autoestima y también desarrolla sus capacidades sociales. La educación especial permite que las personas con discapacidad intelectual no se queden fuera del sistema educativo ofreciendo un programa más adecuado a sus capacidades. Mamadou, Abdelay, Paul, Khady, Youssou, Agnés, Ngor, Eli, Pitchou y Odette posan frente al aula que les ha cambiado la vida. A pesar de su diversidad funcional, todos asisten a la escuela donde aprenden a leer, escribir o contar. También aprenden a relacionarse y a socializarse con los demás, lo que ha cambiado su actitud de una forma notable y positiva. La escuela Jacobo Romero Rivera es la segunda escuela pública de educación especial que hay en Senegal, creada gracias a la iniciativa de la Asociación J’aime Rever. Khady, de 16 años, posa junto a Seynabou, su abuela, Fatou, su madre y sus dos hermanas pequeñas. Khadi vive con su abuela en Palmarin, quien se ocupa de ella desde que su madre la abandonó al descubrir que tenía una discapacidad mental. Su madre y sus hermanas viven en Gambia y viajan a Palmarin de vez en cuando para visitar a la familia. La vida de Khady ha cambiado de manera radical desde que asiste a la escuela. Hoy es una niña sociable y participativa que sueña con ser costurera. En la escuela de educación especial todos los materiales han sido creados 'ex profeso', atendiendo a las necesidades específicas de los alumnos. La mayoría de niños con discapacidad intelectual responden muy bien a las imágenes y a los contenidos visuales, que captan más su atención, los comprenden sin dificultad y les permiten aprender de una forma más sencilla. El programa educativo está desarrollado a partir del programa de educación pública senegalesa junto con varios programas de educación especial de referencia y ambos están adaptados a la realidad del país. Abdelay es uno de los alumnos más jóvenes de la escuela, tiene 8 años y presenta algunos rasgos de síndrome de Williams. El niño siente fascinación por la música y le gusta mucho cantar, se puede pasar horas jugando con la radio y, a pesar de que en clase es tranquilo, fuera de la escuela se muestra hiperactivo y más disperso. No sabe los colores ni es capaz de escribir correctamente, pero le gustan las matemáticas y se le dan muy bien. Ngor, Youssou, Mamadou y Paul bailan en una de las aulas de la escuela. La música, el baile y el ejercicio físico son algunas de las actividades que más disfrutan los alumnos. En concreto, Paul y Ngor aprovechan cualquier ocasión para echarse un baile. Patio central de la escuela pública de Palmarin. Las dos aulas de educación especial están ubicadas dentro del recinto de la escuela pública de la comunidad. De este modo, los chavales comparten el mismo espacio con el resto de alumnos del colegio, lo que les permite interactuar y jugar entre con ellos durante la hora del recreo. Además de compartir los espacios de juego, también comparten la biblioteca y otras zonas comunes del centro. Khady hace un ejercicio de lectura donde asocia una palabra a otra de forma global, para luego leerlo en voz alta. En la escuela se sigue el método de lectura global o lectura a través de la ruta visual, con el que los alumnos aprenden a leer palabras enteras (primero asociadas a una imagen y más tarde sin la imagen). De este modo, la comprensión, la atención y la motivación es mucho mayor, lo que les permite aprender con más rapidez. Ngor es muy sonriente y trabajador en clase. Bailar es lo que más le gusta y aprovecha cualquier momento que encuentra para hacerlo. Siempre que termina un ejercicio, se levanta de la silla y se echa un baile para celebrarlo. El dueño de una tienda del pueblo por la que Ngor pasa a menudo le dijo un día que había una nueva escuela a la que podía ir. Ngor no dudó un minuto y se fue hasta allí. Tiene 25 años y es de los pocos alumnos que llegó a la escuela por su propia iniciativa. Agnés posa junto a su abuela Anne Marie, que cuida de ella y sigue con atención la evolución de su nieta en la escuela. Agnés jamás había cogido un lápiz hasta que su abuela la inscribió en el centro de educación especial de Palmarin. Ahora sabe escribir, pintar, coser, contar y hasta puede leer algunas palabras. A pesar de su timidez, ahora es más sociable y su abuela dice que desde que va al colegio está mucho más contenta. Rosalie con su hijo Charles Camile a la entrada de la escuela. Después de un parto complicado, CC (así le llaman) nació con una parálisis cerebral y tiene muchas dificultades para salir adelante. En el pueblo, algunos condenaban a Rosalie y perseguían a su bebé para deshacerse de él, convencidos de que era una encarnación del diablo. Gracias a la labor de sensibilización de la Asociación J’aime Rever en la comunidad, hoy Rosalie mira hacia el futuro con esperanza y alivio, al ver que no solo aceptan, sino que además quieren y protegen a su hijo. El pequeño Youssou enseña orgulloso sus ejercicios de clase. Tiene nueve años y se ha incorporado recientemente a la escuela. Es un niño muy sociable y risueño. Tiene una hemiparesia en el brazo y la pierna derechos, con los que trabaja a menudo en la escuela para recuperar el movimiento y la fuerza de sus extremidades. Le encantó descubrir que podía mover la mano. Progresa muy rápido y las profesoras creen que trabajando bien con él, es posible que regrese a la escuela pública más adelante. Paul tiene 13 años y un trastorno generalizado del desarrollo no especificado. Presenta algunos rasgos de autismo que afectan a su interacción social y a su comunicación con los demás. A veces tiene conductas estereotipadas y fijaciones por ciertas cosas, pero desde que asiste a la escuela ha mejorado mucho y está aprendiendo a relacionarse con los demás. Antes pasaba mucho tiempo solo, pero ahora prefiere jugar al fútbol con sus compañeros y bailar para hacer reír a los demás. Odette y Agnés cosen pequeños sacos de sal que posteriormente venden en la comunidad para recaudar fondos y reinvertir las ganancias en la compra de materiales: telas, hilo, agujas... Los talleres prácticos son las actividades que más disfrutan en la escuela. Con ellos, además de aprender un oficio, desarrollan sus habilidades creativas y estas actividades les ayudan a ganar autonomía y confianza. A través de la costura o de la cocina aprenden labores que, en un futuro, pueden llegar a convertirse en su profesión y su sustento. Khady ha experimentado un cambio radical de comportamiento desde que se ha incorporado a la escuela. Su discapacidad intelectual no le impide aprender a leer, escribir o dibujar. A sus 16 años, no podía asistir a la escuela porque no tenía el nivel y tampoco podía trabajar porque no tiene los conocimientos básicos (contar, distinguir objetos). En la escuela aprende lo que más le gusta, coser y bordar, actividades que le permitirán incorporarse a un trabajo más adelante y ganar cierta independencia. Youssou y Mamadou se entretienen haciendo collares durante un taller práctico de manualidades. De vez en cuando, en la escuela reciben visitas de profesionales del pueblo, como costureros, artesanos y artistas, que les enseñan a hacer manualidades y a desarrollar un oficio. A los niños les encantan las visitas y descubrir la capacidad que tienen de hacer cosas nuevas. Los chavales salen a jugar durante la hora del recreo. El horario coincide con el del resto del colegio público de Palmarin, así pueden jugar y divertirse con los otros niños de la escuela. Muchos de los alumnos del aula de educación especial antes asistían al colegio público, que abandonaron por no poder seguir el ritmo de la clase. Hoy sus antiguos compañeros les respetan y les aceptan de nuevo. En Palmarin, finalmente, cada niño es valorado por lo que es, y no por lo que sabe.