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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

El problema de confundir el valor del agua con su precio

PorJosé Manuel Gómez, de ONGAWA.

Foto: SS-SCSD.

Sin agua no hay nada; tampoco economía. Por el momento no se ha encontrado un elemento que pueda realizar las múltiples funciones que el agua desempeña en la economía global. Basta pensar en el suministro de energía y la dilución de vertidos para la actividad industrial, en el riego para la agricultura, o en el abastecimiento de las cada vez mayores aglomeraciones urbanas, pasando por las enormes cantidades necesarias para la extracción de gas a través de fracking. Sin olvidar, claro, la más antigua y evidente de sus aplicaciones: calmar la sed (y asegurar la vida) de los hombres y mujeres que hacen girar (al menos de momento) la rueda productiva.

Dicen los números que la mitad de los empleos del mundo están relacionados con el agua, y son prácticamente todos los que dependen de una u otra forma de ella. No hace falta leerse ningún informe sesudo para hacerse una idea de esta dependencia, menos aún para entender que en la medida en que todas las actividades económicas requieren trabajadores razonablemente sanos, el acceso al agua (limpia) es requisito para asegurar que cada mañana se ponga en marcha la maquinaria del mundo. El hecho de que 1.800 millones de personas no dispongan de agua limpia es una sangrante vulneración de derechos, pero también un lastre productivo (250.000 millones de dólares es la mareante cifra de lo que se pierde cada año por servicios inadecuados de agua y saneamiento).

Sin embargo conviene orientar el foco hacia algunas zonas que aparecen algo pixeladas en esta fotografía general. Pongamos, por ejemplo, el zoom sobre una comunidad rural del norte de Tanzania: veremos destacarse sobre la tierra roja las siluetas femeninas reunidas en torno a una pequeña fuente. Ya no tienen que andar varios kilómetros cada mañana con sus cubos sobre la cabeza, pero el agua todavía sigue siendo cosa suya. Entre ellas pasa Samora, caminando rápido con una pequeña mochila a la espalda. Se dirige hacia lo alto del valle, a comprobar como cada mes el estado del depósito y las tuberías que permiten que la comunidad tenga agua limpia.

Si nos desplazamos hacia el oeste, hasta Nicaragua, y ampliamos la imagen sobre el Departamento de Jinotega, en el norte del país, podríamos reconocer a María Nélida, una de las pocas mujeres que es titular de tierra en esta zona. Su familia y otras 1.000 se han comprometido a gestionar sus parcelas de forma sostenible para asegurar la calidad del agua que beben más de 50.000 personas río abajo.

Estamos lejos de las oficinas con agua corriente, y también de las grandes tuberías que alimentan cualquier núcleo industrial. Aquí, el trabajo del agua tiene que ver más con la comunidad que con la economía (al menos en sus versiones más ortodoxas), y por eso las cuentas al uso no siempre salen. La lógica que funciona tiene en su centro la gestión de un bien público, el agua, que es además desde 2010 un derecho humano reconocido por Naciones Unidas.

Este territorio de los derechos y el trabajo comunitario corre el riesgo de quedar en los márgenes de la imagen que muestra la importancia del agua para la economía. No es casual: en ocasiones el valor del agua como recurso económico (renovable, sí, pero no infinito) compite con su uso por parte de personas y comunidades. El mapa de estos conflictos deja claro que la relación entre agua, economía y vida no siempre es tan amable como nos gustaría.

Por eso el agua es una buena “prueba del algodón” sobre la relación del sistema económico con la sostenibilidad y el desarrollo humano. ¿Cuáles son las prioridades políticas y cuáles los incentivos de mercado? ¿Garantizar el Derecho al Agua de todo el mundo? ¿Asegurar la gestión sostenible de las cuencas? ¿Producir energía? ¿Abastecer qué tipo de industria o qué modelo agrícola? Se estima que la demanda global de agua crecerá todavía un 50% en las tres próximas décadas, así que no parece que vaya a haber para todo…

Una de las claves de la nueva agenda global definida por los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) será probablemente la coherencia, y las relaciones entre unos objetivos y otros en cuanto a impacto y prioridades. El agua conecta con todos ellos, también por supuesto con los que tienen que ver con el crecimiento y el empleo. Seguramente a María Nélida o a Samora les vendría muy bien mejorar su inclusión en la economía global, aumentando sus ingresos y oportunidades. Pero también ellos tienen algo que ofrecer: quizá llevar el trabajo de personas como ellos (y otros millones en todo el mundo) al centro de la pantalla sirva para no olvidar los elementos – derechos humanos, bienes públicos, sostenibilidad - que esa economía debería situar en su núcleo para que los nuevos ODS sean algo más que papeles ambiciosos.

El sendero está marcado: existen enormes yacimientos de empleo y oportunidades vinculados a la gestión del agua y el saneamiento, a la adaptación al cambio climático, o a la conservación de cuencas y ecosistemas que garanticen el funcionamiento del ciclo del agua. Se trata de sectores clave para reverdecer el PIB global, de forma que la lucha contra la pobreza y la desigualdad no sea en detrimento del capital natural. Otra vez, viene a cuento recuperar lo que decía nuestro clásico sobre la importancia de no confundir valor y precio.

Comentarios

Muy buen artículo para comprender la importancia del agua.
Muy buen artículo para comprender la importancia del agua.
Muy buen artículo para comprender la importancia del agua.

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