De caballeriza a colegio
FOTO: Adrià Goula
Convencido de que “la arquitectura debe perdurar más allá de su uso” y de que “la arquitectura pertenece a la ciudad”, hace años que los proyectos de Jordi Badía y su estudio buscan mezclar lo nuevo con lo viejo. Hacer convivir el pasado con el futuro resulta así en un presente que a veces parece querer indagar en la tradición (como en caso de Can Framis) y otras parece volcado a reinventarse estilizando lo que tal vez en su origen pecó de exceso de vanguardia formal (edificio Alta Diagonal). En esta ocasión Badía debía convertir una caballeriza –levantada en 1868 y perteneciente a un cuartel del ejército- en un parvulario. El reciclaje lo hizo a partir de injertos, poda y reordenación. Vayamos por partes:
El injerto es un nuevo cuerpo para la entrada que alarga el cuerpo central del antiguo edificio formando una cruz. Es el protagonista de la intervención porque el eje que prolonga sirve para organizar las actividades colectivas de los niños y es el punto de encuentro y de socialización de los alumnos.
La poda es siempre una operación de saneamiento y limpieza, una cuestión de mantenimiento, un paso atrás para poder dar dos hacia adelante. Badía ha limpiado la antigua caballeriza lo justo para dejar hablar a la historia. “Nuestra intervención se entiende como una capa más de la vida del edificio”, explica. Se trata de un reciclaje urbano: “Donde antes había un ejército ahora habrá una escuela. Donde antes había caballos ahora jugarán los niños”.
El colegio está en el centro de Hospitalet de Llobregat, en el Parque de la Remunta, rodeado de edificios residenciales. En ese espacio urbano, el nuevo parvulario es a la vez un edificio aislado y parte de una nueva área urbana. Eso por fuera. En el interior, Badía cuenta que la reordenación llegó de la mano del edificio existente. En las caballerizas lo más insólito eran unos muros paralelos transversales que funcionaban como diafragmas. Propuso cortarlos –rebajando su altura a 2.20 metros- para construir con ellos una sucesión de pantallas blancas que difuminan la luz natural de los lucernarios. Bajo esa estructura repetitiva y ordenada están las aulas, cuyos muros mantienen el espesor original -entre 20 y 30 centímetros de piezas de cerámica macizas-. El arquitecto y su equipo añadieron trasdosados de pladur micro-perforado para absorber el ruido que se genera en el aula, “que no será poco”.
La madera de Bambú, “un material de cultivo ecológico resistente que aporta confort –una palabra fundamental para la arquitectura que debemos recuperar- es clave en un lugar en el que los niños gatean por el suelo”, explica. Ese mismo material forra parte de las paredes “buscando un abrazo uniforme”, añade.
Así, el injerto -la cruz estirada hacia la fachada- conforma una nuevo cuerpo de acceso, y por lo tanto un nuevo rostro que rompe el perímetro edificado del edificio al tiempo que sirve también para organizar el nuevo patio infantil. Lo nuevo se mezcla de este modo con lo viejo, permitiendo que el propio edificio cuente su vida anterior. Mostrando las marcas del tiempo como capas y vestimentas que conviviendo definen la fuerza del inmueble y constituyen, como en los mejores colegios, la primera lección que reciben los alumnos.
Precio por metro cuadrado según arquitectos: 1.154,26 euros
Babelia
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