¿Hay vida después del porno?
Ex actrices y ex actores de cine para adultos han tenido que buscar otro camino tras dejar esa industria. ¿Pero es posible pasar otra vez al anonimato? Hay casos hasta de saltos a la política o a ser maestras de escuela
Reciclarse es la palabra de moda en estos años de crisis. Renovarse o morir, piensa diferente, actúa por impulsos... Eslóganes efectistas para una prole cargada de paro que ha incluido en su léxico palabras como account manager o negocios outsourcing. El cambio profesional, la necesidad de abrir horizontes laborales, ha hecho del periodista un community manager, del informático un creador de apps y del empresario familiar un generador de start ups. Pero, ¿podría una actriz porno ejercer de profesora tras su carrera en el mundo del cine para adultos? ¿Y de política? ¿Se convertiría un actor que ha grabado cámara en mano como le hacían miles de felaciones en el rey de un reality? En definitiva, ¿hay vida después del porno?
La hay, desde luego. La respuesta nos la da la afirmación a las tres preguntas planteadas. Por un lado tenemos a Kristin Sundman, una joven de Ohio (Estados Unidos) a la que sus alumnos de música descubrieron en la red practicando con unos instrumentos que no eran precisamente de cuerda; o a Cicciolina, belleza rubia que llenó rollos de celuloide durante décadas sin nada de ropa hasta que se engalanó como parlamentaria del Partido Radical Italiano. Por otro, a Nacho Vidal, sempiterno macho español, causante de mil complejos entre la población masculina y héroe de varias generaciones con miles de coitos rodados a sus espaldas, vigorizando también audiencias en programas de telerrealidad. No son los únicos casos: en el documental After Porn Ends, lanzado en 2012, aparecen legendarios actores y actrices como Randy West o Asia Carrera narrando su camino a la jubilación tras años en la pomada de la industria norteamericana del sexo.
Los ejemplos en nuestro país no son tan mediáticos ni numerosos. El origen de este sector es más reciente y adolece de un star system tan potente como Los Angeles o Budapest, mecas del porno. La visibilidad pública es más reciente y algo más taimada. Cierto que Cumlouder, una de las productoras más fuertes del mundo, es española y registra 18 millones de visitas al día o que ostentamos el décimo tercer puesto en el ranking mundial de ojeadores de porno. Sin embargo, aún no hay una Generación en mayúsculas que trace el recorrido completo desde el abandono de rodajes hasta el final de trienios acumulados en la Seguridad Social.
La veterana Dunia Montenegro, brasileña de 1977 radicada en España, estrenó su retiro hace un par de años. Después de una década en el gremio, sintió que "ya tocaba" dar carpetazo a las escenas lésbicas, a los gangbangs o a los castings postizos. Al menos delante de una cámara. "Al empezar me marqué unos objetivos. Quería irme en un buen momento", explica por correo electrónico, "y como sabía que era una carrera corta –aunque la mía fue bastante longeva- decidí convertirme en directora". Ahora asesora a nuevas actrices, produce vídeos y lleva webcams. Su paso por el porno no ha alterado sus planes de vida. "He tenido suerte porque no me ha tocado ir en busca de empleo y mantengo a miles de fans que me tratan con cariño y respeto", esgrime.
Otro icono de su época, Sophie Evans, opina lo mismo. Esta húngara de 40 años continúa -junto a su pareja, el ex actor Toni Ribas- dentro de sus círculos primigenios. Realiza espectáculos en la mítica Sala Bagdad de Barcelona, a donde llegó en los noventa, y se encarga de actividades más técnicas. "Quiero aprovechar mis contactos en el negocio", justifica al otro lado del teléfono desde el camerino del local. "A mí me animó una amiga. Empecé como algo temporal, mientras estudiaba en la universidad, y me ha durado toda la vida", ríe. Para Evans, curtida en focos de medio mundo, las expectativas dependen de cada uno. "Cada persona tiene que decidir. Últimamente está más de moda y, aunque se te pueda encontrar más fácilmente, la mentalidad es más abierta", dice quien coqueteó con el cine convencional en papeles secundarios antes de regresar al oficio en el que se forjó a finales del siglo XX.
Entonces, ver porno suponía rastrear tiendas especializadas, comprar en el quiosco habitual revistas eróticas escondidas bajo publicaciones de Historia o planificar una incursión al rincón del videoclub separado por una cortinilla. Ahora todo es distinto: con un toque en cualquier dispositivo entramos a millones de enlaces con todo tipo de prácticas sexuales. Según un análisis publicado en agosto del año pasado por PubliMetro, el 42,7 % de usuarios de internet busca porno. Cada segundo, 30.000 personas de todo el mundo están mirando vídeos X a través de un ordenador, un móvil o una tableta. Y eso, qué duda cabe, ha influido en el anonimato de los actores.
"Pasa lo mismo que con los futbolistas. Muchos piensan que todos acaban de entrenadores, pero sólo unos pocos se quedan"
"La facilidad de acceso y la cantidad de contenidos porno tienen una parte mala y una buena", expresa Pablo Ferrari. Este productor y actor palentino sostiene que la sencillez de investigar por la red sobre alguien es un inconveniente para quien quiere dejar esta profesión en el olvido, pero la velocidad con la que se suben nuevas escenas también es positiva porque "lo que has hecho hace dos días, en un mes no lo encuentras". Ferrari cree que se sigue estigmatizando a quien haya pasado por la industria, aunque hay una percepción de permanencia errónea. "Pasa lo mismo que con los futbolistas. Muchos piensan que todos acaban de entrenadores, pero hay millones de jugadores en el mundo y sólo unos pocos se quedan. En el porno es igual: hay quien sigue y quien no". "Si lo dejas, puedes pasar desapercibido en cualquier sitio salvo en tu entorno más cercano", asegura.
Un chequeo por la epidermis virtual, no obstante, remite a centenares de anuncios con el reclamo de haber aparecido delante de una cámara. Chicas de pago cuyo bagaje para conseguir clientes consiste en tener un rodaje a sus espaldas. O figuras de renombre a las que siempre se dirigen subrayando de su currículo esta profesión lejana. Juani de Lucía, propietaria de la Sala Bagdad, trata a diario desde hace cuatro décadas con chicas y chicos imberbes que acuden de nuevas a un universo multimillonario.
"La vida de un actor o una actriz porno es muy corta. Como empresario puedes estar hasta los setenta, pero en esta industria tu margen es muy estrecho", señala. "Hay gente que se queda dentro del negocio, otros que se van porque se enamoran o tienen hijos y quien desaparece de repente", cuenta. En un ejercicio superficial de sociología, esta emprendedora que introdujo el sexo en vivo en un país de censura explica cómo el perfil mayoritario responde a jóvenes sin un rumbo determinado, sin un proyecto fijo. "Unos montan algo con el dinero que sacan; otros se lo gastan mientras están en activo y otros lo reservan por un posible letargo posterior, aunque cada vez se paga menos", enumera, "pero en general viven el presente". Son parte, en resumen, de ese abanico cuyo futuro se vislumbra incierto. Incluso reciclándose en puestos de trabajo con términos ingleses.
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